miércoles, 16 de diciembre de 2009

SABIDURÍA Y AMOR


Sigo dando vueltas a esto de la sabiduría, pues me parece un tema apasionante. Me sigo preguntando qué diferencia a los inteligentes de los sabios, y hoy se me ocurría, que el sabio es quién además de ser capaz de comprender la realidad de una forma global, es capaz de amarla y de acercarse a ella.

La sabiduría tendría que ver con una inteligencia que vaya más allá de la idea convencional de la misma, en la que se aúnen diferentes inteligencias como la verbal, la lógica, la matemática, la emocional, la artística, la espiritual, etc. Y además, esas inteligencias estarían unidas a ser capaz de sentir lo más profundo del corazón, para así poder sentir lo más profundo del corazón de otros y amarles. Y no me refiero a un sentimentalismo blando, sino a un amor maduro, respetuoso, sereno. Creo que solo los sabios y las personas de gran corazón, saben como hacerlo.

Pero no parece fácil. Pues ¿por qué hay personas que se empeñan en buscar sabiduría y no encuentran más que erudición? ¿Por qué hay personas inteligentes y de buen corazón que no saben querer y empatizar con los demás? ¿Por qué es tan difícil conseguir ser sabios? ¿Por qué hay tan pocos sabios? Parece que no basta con quererlo, ni con ser inteligente, ni bueno. Aunque evidentemente, se tratará de hacer algún esfuerzo voluntario. Pero hay algo más… En los sabios se emana algo diferente, casi sobrehumano. Quizás sea necesaria la intervención de algo más elevado del hombre, un algo que lo unifica y lo armoniza, a la vez que le ayuda a encontrar claves para ir más allá de sí mismo. Ese algo será lo que las religiones llaman gracia, y quizás también lo que los artistas llaman inspiración. Muchos místicos señalaron que además del esfuerzo personal, para llegar a evolucionar, en el terreno espiritual, era preciso ir más allá de uno mismo, y entregarse voluntariamente a una realidad superior. Siendo nada, para serlo todo (como diría San Juan de la Cruz). Sería renunciar a la idea de uno mismo, para encontrarse de verdad uno a Sí mismo, yendo a lo más profundo de su ser y a la vez uniéndose con lo más esencial de la realidad. Parece ser que ambas realidades están unidas. Pues encontrar lo más verdadero de uno, es encontrar lo más verdadero de la realidad. Entonces, parece ser que se encuentran realmente la verdad, la belleza, la bondad. Se encuentra una armonía más allá de lo que nunca se ha soñado y la capacidad de amarlo todo se multiplica. Con lo que se puede ser compasivo, empático, amoroso, con sabiduría.

En relación con la cuestión del amor, es importante considerar especialmente la empatía (que está estrechamente ligada a la capacidad de amar). Decía Edith Stein que ésta sería una aprehensión de una persona “aquí y ahora”, que establecería una experiencia de contacto del propio yo con el yo del otro, que permitiría descubrir lo más esencial del otro, que daría sentido a su existencia. Así podría comprenderlo y entraría en su mundo de valores que constituiría el fundamento más íntimo de su ser. De esta forma, se podría comprender mejor la realidad de los demás, ponernos en su lugar, tener en cuenta más dimensiones y elementos de la persona que tenemos al lado, para acercarnos a ella y quererla. Me imagino que la sabiduría sería muy útil para todo esto y que esa empatía estaría íntimamente ligada a todas las cualidades que he señalado previamente de la sabiduría. Una persona más sabia sería más capaz de empatizar, de amar y conocer a otros. Si fuéramos todos un poco más sabios, el mundo sería mejor, comprenderíamos mejor a los demás, los querríamos más.

Así que, venga de donde venga. Sea humana, o divina, o ambas. ¿Por qué no aspirar a tener más sabiduría? ¿Por qué no buscar unir mente, corazón, vida, espíritu? Os propongo que al menos lo intentemos…

viernes, 4 de diciembre de 2009

¿SABIDURÍA EN LA UNIVERSIDAD?




Últimamente, en conversaciones con diversas personas, ha salido a colación la cuestión de qué se aprende en la universidad y si lo que se aprende ahí, ayuda a tener más sabiduría. Compleja cuestión…

He podido observar, por propia experiencia, que no siempre se transmite sabiduría en las aulas universitarias. Durante la carrera de Medicina, me sentía ávida de conocimientos, sobre la realidad del ser humano, sobre la ciencia, sobre la posibilidad de descubrir nuevas visiones del mundo, etc. Pero cuanto más parecían enseñarme, más empachada de datos me sentía y a la vez, con la mente un tanto embarullada, abrumada por tanta información. Mi cerebro acumulaba datos y datos, cuyo objetivo parecía ser, acabar vertidos en un examen. Y yo dudaba de mi propia inteligencia, pues el lío mental que me generaba tal empacho, hacía que mi mente se hiciera temporalmente más obtusa. Parecía, que la calificación, obtenida en un examen, había de ser una fuente importante de satisfacción; algo que mi obstuso cerebro no acababa de captar... Y eso que mis notas no eran malas, pero sentía que faltaba algo...

No encontraba, en general, en la universidad lo que realmente buscaba, lo que suponía que era la sabiduría, que podía consistir (desde mi modo de ver) en tener una comprensión mayor de la existencia humana, saber cuál era el sentido de la vida, ser capaz de ser realmente feliz y de ayudar a los demás en lo que realmente les importa, entre otras muchas cosas. Ese tipo de conocimientos, no eran transmitidos casi nunca o quizás yo no me enteré sumergida, entre tanto dato apabullante. Parecía que simplemente éramos computadores que teníamos que aprender a retener, elaborar y utilizar adecuadamente montañas de información.

A veces me surgían dudas, de si había escogido el camino adecuado, porque las cosas no me parecían tan interesantes, ni tan profundas como me hubiera gustado. Esperé a llegar al hospital, con la ilusión de ver la praxis médica real, humana, cercana a los seres humanos que sufrían. Y muchos casos, me encontré actitudes rutinarias, agobios, actitudes distantes y defensivas hacia los pacientes. Alguna vez, sorprendentemente, sí encontré a seres humanos tratando a otros seres humanos. Encontré a algún médico apasionado con su trabajo, pero eran los menos… Por suerte, estos médicos, miraban a los enfermos a la cara, les llamaban por su nombre, les importaba lo que les pasaba… Esos son los que decidí tomar como ejemplo e intentar aprender algo de ellos. No habían perdido su humanidad detrás de una montaña de datos y traslucían sabiduría. Pero eran “raros”.

Qué extraña sensación esa de ver caerse un mito, el mito de la ciencia… Pero bueno, seguí adelante, empeñándome (esta vez mi terquedad fue mi aliada), en buscar una Medicina más humana, empeñándome en aprender esas cosas que hacen la vida mejor, para todos, y que no se aprenden en los libros.

Después de este tipo de experiencias, y de otras muchas, me quedó la sensación de que la universidad estaba como carcomida por un vacío de lo esencial, como si estuviera depresiva, enferma. Como si hubiera perdido su rumbo y su sentido original. Parecía estar más al servicio de la vanidad de los profesores y alumnos, que a su desarrollo humano.

Años después, viendo las cosas desde otras perspectivas, me he ido dando cuenta de que muchas veces, lo que mueve la motivación de quienes forman parte del sistema universitario, es en gran medida la vanidad. Una vanidad que alimenta el ego de unos cuantos, que se creen ser quienes dominan la vanguardia del pensamiento, cuando con frecuencia, ni siquiera se acercan a la retaguardia. He presenciado luchas de poder, por colgarse medallas diversas. ¿Es eso sabiduría? También he presenciado, humillaciones e insultos a alumnos, por no saber determinados datos, o simplemente por hacer preguntas que cuestionaban el supuesto saber del profesor. Otro ejemplo, ha sido estar presente en el proceso de selección de un becario y escuchar, que no se escoge al mejor, pues es “demasiado inteligente” y podría cuestionar lo que se está haciendo. Ante esto, mi pregunta ha sido ¿pero no es eso lo que queremos? La respuesta, entonces, fueron caras de perplejidad.

Por otra parte, me he encontrado a personas sabias, fuera de los campus universitarios. Personas, muchas veces sin carreras, que tenían mucho más que decir, de la vida y de la sabiduría, que muchos catedráticos. Paradojas de la existencia. En nuestros tiempos, son diversos ejemplos los que hallamos, de personas autodidactas, que han llegado muy lejos, en su camino personal y sapiencial. Véase el caso de Ken Wilber, Nisargadatta o personalidades ejemplares de la historia como Buda o Jesucristo, o santos y sabios de la historia, de la humanidad. Ninguno de ellos ha tenido una titulación universitaria, y no por ello han desmerecido, en absoluto, sus enseñanzas.

En fin, habría mucho más que decir.

Me atrevo a concluir que la sabiduría se muestra huidiza en las mentes de muchos de nuestros contemporáneos. Y lo peor, es que quienes se supone que la detentan, cada vez dan más señales de sufrir del mismo tipo de males, de ignorancia, vacío, sinsentido, aburrimiento, etc.