domingo, 18 de septiembre de 2011

¿TIENE SENTIDO LA VIDA ANTE LA ENFERMEDAD Y LA MUERTE?




Hace años hice una tesis doctoral titulada “Afrontamiento del cáncer y sentido de la vida”. Lo más importante de la misma no fue la montaña de datos que plasmé en un papel y que me valieron el título de doctora. Lo fundamental fue el encuentro con las personas afectadas por cáncer de pulmón que, a su manera, me daban cada día lecciones muy importantes. Y así lo dije en la defensa de la tesis, aunque sonara poco ortodoxo delante del tribunal (por suerte les gustó). Tenía que hacer un homenaje a esas personas tan generosas, que aún quedándoles muy poco tiempo de vida (en la mayoría de los casos), quisieron hacer una aportación a la ciencia, para que así pudiéramos ayudar mejor a otras personas en su misma situación.

Ellos me hablaban de como encontraban sentido a su vida, estando gravemente enfermos y viendo la muerte tan de cerca. Sorprendentemente, a pesar de lo mal que lo estaban pasando, muchos de ellos me contaban que, gracias a su enfermedad, habían aprendido a valorar más la vida, a diferenciar lo esencial de lo accesorio, estableciendo mejor qué era prioritario, etc. Les quedaba poco tiempo para perderlo.

Todos y cada uno de ellos me dieron lecciones sobre el sufrimiento, el dolor, la muerte. Muchos de ellos eran realmente los “doctores”, a pesar de estarlo pasando tan mal. Incluso se podía aprender mucho de los que sufrían porque no sabían encontrar, por sí mismos, un sentido.

Recuerdo a un hombre cubano, de edad media, que me decía que se sentía muy agradecido por participar en mi investigación, porque le ayudaba a pensar sobre sí mismo, a sentirse útil y a darse cuenta de que era una persona espiritual, aunque él fuera ateo. Su actitud era envidiable, por el optimismo con el que lo asumía y aprovechaba todo.

Hubo una persona que me dejó especialmente “tocada”. Era una chica de 28 años, con un cáncer de pulmón en estadio avanzado, con metástasis por todo el cuerpo. Le quedaba poco tiempo de vida; como mucho un par de meses. Iba vestida muy cuidadosamente, con colores muy bien escogidos y combinados con bonitos pañuelos que se ponía en la cabeza (pues había perdido todo el pelo por la quimioterapia). Cuando la entrevisté por primera vez, me preguntó si podía hacer algo más por los demás, que lo que exigía mi investigación y, me dijo que le gustaría hablar más veces conmigo, para aprender más cosas. Estaba de buen humor, sonriente y amable. Su mirada era muy profunda y traslucía mucha viveza interior y alegría. Resultaba difícil creer que estaba tan grave. Días después de la primera entrevista la volví a ver. Había estado rellenando algunos de los cuestionarios que tenía que usar para mi investigación. Nuevamente venía muy guapa y sonriente. Me dijo que había algunas preguntas que no había entendido bien. Le pregunté cuáles eran y me dijo que eran las que hacían alusión al sufrimiento. Le pregunté que era lo que no entendía y su respuesta resultó sorprendente. Me comentó que no entendía por qué le hacía esas preguntas, porque ella no estaba sufriendo. ¡No estaba sufriendo! Le pregunté si su situación de enfermedad, la quimioterapia, su calvicie, el dolor, o los bultos que le salían por el cuello no la hacían sufrir. Me dijo que no, que ella podía sentir dolor, pero no estaba sufriendo, pensaba en seguir disfrutando de la vida hasta el final y lo estaba consiguiendo. ¡Increíble! E increíble como fue su final (contaré más en el congreso para no extenderme aquí demasiado).

Éstas y otras personas me dieron muchas más lecciones magistrales. Y así, más allá de mi trabajo de investigación, fue como pude corroborar mi idea de que era posible encontrar sentido a la vida ante la enfermedad y la muerte. Algo que, durante el desarrollo de mi trabajo de tesis, se acompañó de pasar yo misma por la prueba de un diagnóstico de cáncer durante un mes (por suerte, parece que fue una falsa alarma). Fue duro, pero fue la mejor lección que tuve para entender como se podían sentir ellos y aproveché la situación para crecer, profundizar en el sentido de mi vida, profundizar en mi propia espiritualidad, ver de cerca la muerte, y quitar velos que me impedían ver mejor la realidad. Fue la parte práctica que me ofreció la vida, para ver en primera persona lo que estaba investigando. ¡Muy interesante! Aunque para algunos resulte increíble que pueda decir esto ante algo tan duro. Todo dependió de la actitud que adopté, y no fue fácil. Pero una vez conseguida, todo era mucho más fácil.

Con la relación con los pacientes y con mi propia experiencia pude crecer mucho y darme cuenta de qué era realmente importante y con sentido para mí. La situación me abrió la posibilidad de nuevas perspectivas y evolución personal.

Por todo ello sé por experiencia propia y ajena que la vida puede tener sentido (aunque cueste), ante la enfermedad y la muerte.

De ahí que, haya elegido este tema para mi ponencia en la Universidad de la Mística, en el Congreso que será el próximo fin de semana sobre “Sentido de la vida ante las crisis”. Es un congreso al que me hubiera venido bien asistir antes de pasar por todo esto, pues seguro que me hubiera aportado muchas cosas.

Así que os animo a apuntaros y a participar. Todos los que podáis asistir seguramente, también tenéis mucho que aportar con vuestras preguntas y vuestra presencia. De todas formas, intentaremos dejar lo esencial en Internet, para quienes no podáis asistir y esperamos que salga un libro de lo que transmitamos allí.

Entre tanto, sigo preparando mi ponencia y espero poder seguiros contando cosas en el congreso que puedan ser de vuestro interés.

Os dejo una frase para reflexionar, muy al hilo de lo que estoy contando:

El sufrimiento es el caballo más veloz para llegar a la perfección. Eckhart

El dolor no debe ser considerado como algo degradante, sino como una llamada a transformar nuestra vida, quizá humanizarla, desterrando formas equivocadas de vivir, y para conquistar estas parcelas que han quedado encubiertas o que tal vez desconocemos de nosotros mismos. Isabel Orellana (del libro: Pedagogía del dolor).

sábado, 10 de septiembre de 2011

COMO SER UNOS "BUENOS" INFELICES


Muchas personas desean ser felices y, piden soluciones inmediatas, pero no quieren o no saben como tomar consciencia de lo que les puede hacer infelices, o de cuales son sus obstáculos hacia la felicidad. Para tomar buena nota de ejemplos posibles, os recomiendo el famoso libro de Watzlawick “El arte de amargarse la vida”.  Y entretanto, os animo a reflexionar conmigo sobre algunas de las posibles vías para conseguir la infelicidad.

Sobre esto estaba pensando últimamente, reflexionando sobre lo difícil que es ayudar, a algunas personas, en su camino hacia la superación de sus dificultades. Y cuando andaba en estas cavilaciones, cayó en mis manos, una interesante entrevista a un sabio de la India, maestro de Vedanta, llamado Swami Parthasarathy, titulada “La cultura de la queja lleva a Occidente a la decadencia”. En ella expresa con gran lucidez, uno de los motivos de nuestra no felicidad: “la queja”. Os recomiendo que la leáis. 

Aprovechando las lúcidas aportaciones de este sabio, empezaré por tener en cuenta una de las razones de nuestra infelicidad y que hay que practicar ya mismo para ser infelices: QUEJARNOS. Si queremos conseguir ser menos felices, podemos empezar a quejarnos ya mismo, a ser posible de todo. Si además de quejarnos, ELUDIMOS CUALQUIER TIPO DE RESPONSABILIDAD sobre nuestras vidas, seguramente conseguiremos sentirnos aún más vacíos. Y si queremos avanzar un poco más, en el camino hacia la infelicidad, es conveniente centrarnos, muy convencidos, en que TODO NOS PASA A NOSOTROS, prestando mucha atención a la idea de que somos el centro del universo y que ningún problema es tan importante como el nuestro. Así hacemos prácticas de egocentrismo, que cuanto más teñido esté de egoísmo más nos acercará a esa sensación de no felicidad y con más facilidad se convertirá en un hábito que no requerirá de nuestro esfuerzo, simplemente se convertirá en algo que nos ocurre automáticamente y contribuye a nuestra falta de felicidad, sin que nos demos cuenta. 

El siguiente paso, para seguir avanzando en el malestar será pensar que los demás son quienes nos tienen que resolver la vida. Así que saquemos el listado de todas las personas conocidas, para decirles lo que nos pasa y quejarnos un poco más, Cuanto más nos quejemos y lamentemos, más garantías tendremos de que nuestro interlocutor sienta agotamiento, impotencia e incluso cierta perplejidad, con lo que conseguiremos el siguiente objetivo: IR PERDIENDO AMIGOS… Una pauta que garantiza con más probabilidades este resultado es no escuchar qué les pasa a ellos y no tener nunca en cuenta lo que nos dicen.

Una vez que ya no tengamos a quién llamar, porque nadie tendrá ganas de escuchar nuestras penas insuperables y únicas, podemos meternos en la cama, y organizarnos para no tener tentaciones de que nos apetezca nada agradable, y AISLARNOS. Así que podemos apagar las luces, tener unos cuantos paquetes de pañuelos disponibles y seguirnos lamentando, acordándonos de añadir a nuestros lamentos que ya no tenemos amigos a los que llamar, porque se han cansado de ser pañuelos de lágrimas. 

Quizás aumente el dramatismo si desordenamos un poco la habitación, nos ponemos ropa oscura y no nos lavamos en una temporada. Es útil también que pensemos en por qué somos tan desgraciados y no somos tan ricos o tan guapos como otras personas; o bien, si decidimos pensar que todos los seres vivientes son despreciables, porque no les importamos (sin olvidar que nadie tiene que importarnos, porque como alguien nos importe, se puede abrir la peligrosa puerta a la felicidad). Es también bastante útil considerar que todo el mundo es idiota o inferior (es una buena manera de aislarse y no exponerse a experiencias gratificantes). 

Y alguna idea más… A ser posible, destruyamos cualquier idea sobre la trascendencia, la solidaridad, el amor, y ataquemos cualquier creencia que resulte inspiradora e ilusionante para los demás, no sea que nos convenzan… Agucemos el ingenio en sacarles fallos a los demás, a su religión, a su familia, a su patria (para no mirar lo nuestro y no trabajarnos nuestra propia sombra), y cuidado con sentirnos satisfechos si nos sentimos aventajados en algo… Prohibido sentir satisfacción, en todo caso, puede servir un cierto regusto de culpa por ser tan malos… 

Otras pautas más sencillas que también ayudan mucho a la infelicidad son: no hacer deporte, alimentarse mal (las hamburguesas son una buena opción), tratar a cualquier ser humano como si fuera un enemigo, recriminarnos cualquier fallo por mínimo que sea, tener en mente la peor versión posible de nosotros mismos (cuidado con distraerse de esto, y no olvidéis que también hay que dar ejemplo de nuestra peor versión), ayuda hacer mal nuestro trabajo para que nos echen, y ni se os ocurra meditar o rezar, o leer un buen libro, ver una buena película o tener ningún recuerdo agradable. Y fundamental: NO REFLEXIONAR (sí sirve repetir como monos listos lo que dicen en la tele o en el cole), CONSUMIR (mejor si vas a la moda), NO PERDONAR, NO ESCUCHAR, etc.

Como veis, es algo relativamente fácil, probad y si tenéis más sugerencias serán bienvenidas (hay muchas más formas de conseguir el objetivo). Y, sobre todo, lo más importante (dejando las ironías aparte) es ser más conscientes de si nos identificamos con estos patrones que construyen lamentaciones y si queremos o no continuar en ellos... Podemos elegir más de lo que creemos.