martes, 22 de mayo de 2012

¡ATENCIÓN!: PELIGROS EN LA PRÁCTICA ESPIRITUAL


La práctica espiritual es un camino que puede llevarnos a la libertad, al equilibrio interior y a la apertura de corazón; nos ayuda abandonar nuestros miedos, para volver a la realidad con un corazón que sea más capaz de amar, de tener compasión y de encontrar sabiduría. La verdadera espiritualidad supone una implicación en toda experiencia de la vida con sabiduría y bondad.

El camino espiritual es una aventura apasionante, pero no exenta de riesgos. Es algo así como si estuviéramos escalando una montaña muy alta. Será muy satisfactorio ir ascendiendo e, incluso, llegar a la cima, pero por el camino tendremos que sortear dificultades y peligros, que serán diferentes en cada una de las etapas. Incluso habremos de enfrentarnos a fases de gran oscuridad (como la “noche oscura del alma”, que diría San Juan de la Cruz), que será preciso atravesar y superar.

Son diferentes los métodos relacionados con una práctica espiritual. Haré alusión a algunos de ellos y a los problemas a los que pueden llevarnos:

1)     Prestar atención al momento presente. A lo que hay que añadir, que se ha de hacer con respeto, veneración, interés o entusiasmo. Porque si solo prestamos atención, sin más, sin ninguna motivación específica, podremos llegar a ser meros autómatas desalmados, que no planifican, ni recuerdan, ni reflexionan. Puede ser una buena forma de llegar a un estado reptil de indiferencia y de presente permanente, absolutamente ensimismado en sí mismo…

2)   Entrenamiento en mantener la atención, este método suele complementar al anterior. El método consiste en, por ejemplo, mantener la atención en la respiración, y en nada más, para entrenar la concentración y la atención. El resultado negativo puede llevar a crear un condicionamiento de vaciamiento de contenidos mentales útiles, la emergencia de un vacío existencial real que lleve a la persona a deprimirse o nuevamente a convertirse en un reptil indiferente, descerebrado e insulso.



3)     Concentrarse en algo que resulte sagrado. Por inspirador que resulte el objeto de nuestra devoción, siempre habrá interferencias humanas, que nos harán confundir el sentido de nuestra vida con el contenido de una oración, de un icono, de un santo, o de una estampita, de tal forma que perdamos el sentido de la realidad o pensemos que compartimos, con el objeto de nuestra atención, cualidades especiales. O peor aún, que ese objeto de devoción es el único existente, por lo que no valen los objetos o seres devocionales que inspiran a los demás, de otras devociones, de otras parroquias, de otras religiones. Entonces, entraremos en el fanatismo y la lucha por imponer nuestra versión de lo sagrado.

4)   Encontrar serenidad y silencio interior. Es posible que cuando se consigue, se lleguen a tener experiencias de auténtica plenitud, incluso experiencias místicas. Este momento, aunque sea sumamente gratificante, puede ser el más peligroso. Pues como ya han contado algunos yoguis, o Santa Teresa de Jesús, hay personas que cuando tienen una experiencia espiritual, se quedan “enganchadas”, como colocadas y no quieren salir de este estado, autosugestionándose para mantener el trance y así desconectar de una realidad que les desagrada o para sentirse “santos”. Otra posibilidad es que el silencio interior haga salir los “monstruos” que uno lleva dentro y se desencadene una auténtica crisis psiquiátrica, porque emergen contenidos inconscientes que no se saben manejar. Es decir, problemas importantes de los que uno antes no era consciente.

5)   La toma de consciencia, mediante la observación de la realidad, que nos puede hacer llegar a la iluminación. Este es un buen propósito, que tiene que ver con saber qué es realmente la realidad, quitar interferencias mentales, conocerse uno realmente a sí mismo, etc. Pero el mayor problema no es llegar, sino creerse estar iluminado por tener algún atisbo de luz (como es el caso del niño pequeño, que cuando controla cuatro rudimentos matemáticos, se puede creer un genio matemático).

6)    Autoconocimiento. Mediante ciertas prácticas espirituales se favorece la introspección y se pueden hacer grandes descubrimientos, muchos de los cuales suponen enfrentarse a elementos negativos del propio ser. El mayor problema que se puede dar, es cuando alguien descubre en su interior alguna cualidad positiva, y ve que puede tener experiencias espirituales, atisbos de la totalidad o de Dios y se piensa que ya se conoce y que como ya se conoce, tiene cualidades extraordinarias, se convierte en un “pseudogurú”. Empieza entonces a dar lecciones a los demás (con evidentes carencias en lo que a humildad se refiere) y no permite la exposición de diferentes puntos de vista (en esto se parece al “iluminado”), porque él está en posesión de la verdad. Quizás estos sean de los más peligrosos, pues pueden desorientar enormemente a los demás, porque nos muestran mapas falsos y nos podemos “despeñar”, si los seguimos.



7)   Practicar rituales colectivos. Por edificantes y constructivos que puedan resultar, estos rituales pueden hacer perder el sentido de la identidad individual y hacer pensar, al practicante de una determinada tradición, que sin el ritual no puede haber una conexión con lo sagrado. Cuando precisamente el ritual, es una evocación de un momento histórico sagrado, del pasado (no de un ritual). Aparte de esta fusión con el grupo, está el riesgo del adoctrinamiento y el aborregamiento, por parte de líderes o “pseudogurús”, que se creen en posesión de la verdad o sin escrúpulos. Estas prácticas, desde su lado negativo, pueden llevar a auténticos lavados de cerebro y a pérdidas de la identidad personal.

8)  Hacer obras de caridad. Este tipo de práctica está en casi todas las tradiciones, tratando de favorecer la autotrascendencia, la bondad, la empatía, el desprendimiento, etc. Puede tener, como todas las prácticas anteriores, efectos muy beneficiosos, pero también tiene sus peligros. Uno de ellos es lo que un tal Maddi llamaba “espíritu de cruzada o aventurismo”, que consiste en ir a salvar al mundo para huir de los propios problemas personales, a lo que se puede unir una sensación de falsa santidad o bondad, lo que se puede agravar con ciertos tintes moralistas (pues quién esto hace, puede pretender dar lecciones a los demás acerca del buen hacer).

Aclaro, por último, que todas estas prácticas pueden ser muy constructivas y edificantes, pero si no se considera los peligros, es como ir a escalar una montaña sin un mapa, sin la indumentaria adecuada, las cuerdas, etc. Sin todo ello, puede existir el riesgo de una caída e incluso de la muerte.

Por ello, es importante considerar que el camino espiritual tiene sus vicisitudes, siendo la peor de todas, la que se ha identificado en diversas culturas con el “maligno”, la soberbia de pretender ser más que Dios, ser más que la totalidad o que el Destino o que las leyes de la naturaleza. Lo que se ha llamado también la Hybris, y se ha considerado como el peor de los pecados o el origen de todos. Porque si por haber trepado cuatro peñas espirituales nos lo tenemos creído, aún sin estar en forma, es cuando empezará la mayor de las cegueras. El mayor peligro será no querer tomar consciencia de que somos como hormigas navegando en una cáscara de nuez y que podemos caer en pretender creer que el mar está calmo, por nuestros propios méritos y no por leyes que se escapan a nuestra voluntad… Si pensamos esto, será el comienzo de nuestra perdición, pero siempre queda la esperanza de volvernos a encontrar, si encontramos el antídoto: la humildad.

miércoles, 2 de mayo de 2012

¿SOMOS LIBRES?



Una de las paradojas de nuestro tiempo consiste en la defensa de la libertad, sin libertad. Es algo que podemos observar en diferentes ámbitos. En el de la política, en la educación, en la religión o en el mundillo de lo espiritual.

Es como si hipnóticamente se repitieran consignas diversas, por la libertad de pensamiento, sin haber emitido un solo pensamiento propio, pues todos son copiados de otros, que hay tocado las teclas de la consciencia colectiva, que una y otra vez se repiten, como un mantra, ciertas supuestas “verdades" que pueden llegar a perder su entidad de verdad por no ser ni sentidas ni pensadas.

Si defendemos la libertad política, atacando la visión política de otros. ¿Es esto una manifestación del respeto a la libertad?

Si defendemos el derecho a la libertad educativa, limitando el acceso a conocimientos humanísticos (que enseñan a pensar), ¿cómo fomentamos la libertad desde la educación, si no conseguimos que las personas sean menos ignorantes?

Si defendemos la tolerancia interreligiosa e intercultural, mostrando una visión reduccionista y limitante, de algunas tradiciones religiosas (véase en España con el Catolicismo o con el Islam), ¿realmente estamos hablando de tolerancia?

Si hablamos de que queremos libertad para llegar a lo espiritual por nosotros mismos (como ocurre en algunos planteamientos Nueva Era), y queremos imponer nuestra manera de vivir lo espiritual, o bien, consideramos que nuestra forma es superior a la de otros, ¿estamos siendo un ejemplo de lucha por la libertad espiritual?

Todas estas, y otras, actitudes paradójicas, no me suenan a libertad, sino a una nueva forma de totalitarismo de la libertad, de totalitarismo del relativismo, etc. ¿Qué tal si nos planteamos que la libertad que pedimos para nosotros también está bien ejercerla con los otros? ¿Y qué tal si nos paramos a pensar si somos o no realmente libres en lugar de seguir defendiendo la libertad desde actitudes borreguiles diversas?

¿Somos libres? ¿De verdad que lo somos? ¿Lo somos solo porque pensemos que podemos decir lo que nos da la gana? ¿Y realmente decimos lo que nos da la gana, o lo que tenemos grabado como autómatas en el disco duro de nuestro cerebro?

¿Qué tal si empezamos por romper los grilletes que tenemos en la mente y en el alma? Ser libres no puede ser solo algo deseado, ha de ser el resultado de todo un proceso de crecimiento y esfuerzo personal.