miércoles, 28 de noviembre de 2012

EMPATÍA Y EVOLUCIÓN ESPIRITUAL

Edith Stein (1891-1942)

Hace años escribí el capítulo de un libro con esta temática, apoyándome sobre todo en Edith Stein, a quién está dedicada la cátedra de que dirijo en la Universidad de la Mística de Ávila. 

Algunas personas me han pedido que publique en algún sitio, algo sobre este tema; al menos las ideas más importantes y por eso os dejo hoy aquí algunos fragmentos del mismo.

El capítulo completo está publicado en el libro: Edith Stein: antropología y dignidad de la persona humana. Ávila: CITES. Universidad de la Mística; 2009. p. 453-461. Editado por Sancho Fermín, J.F.





EMPATÍA Y EVOLUCIÓN ESPIRITUAL


Edith Stein señaló el “carácter evolutivo del hombre”[2], siendo dicha evolución algo que no estaría predeterminado o trazado de antemano, sino que tendría numerosas posibilidades de realización. Y a lo largo del desarrollo de las diferentes posibilidades, no bastaría con el propio esfuerzo personal, ni con la propia responsabilidad, sino que según Edith, sería necesaria la mediación de la gracia y confiar, para esperar dicha mediación[3]. Es decir, que la evolución personal, sería en parte debida a nuestro esfuerzo y en parte al efecto que la gracia hace en nosotros (si la dejamos actuar).

Si evolucionamos interiormente, parece ser, que podemos ser más empáticos. Pero ¿Qué es la empatía? La empatía, tiene que ver, desde una perspectiva psicológica con la capacidad de ponernos en el lugar de otra persona, de comprender como nos sentiríamos y pensaríamos si viviéramos sus mismas vicisitudes o experiencias. Aparte de comprender, la empatía también tiene que ver con la capacidad de sentir con el otro, es decir con la compasión. En la experiencia con los demás, en ocasiones, podemos empatizar a un nivel más cognitivo o racional, deduciendo como se puede sentir otra persona, reflexionando sobre su situación, y en otras ocasiones, además, se produciría un sentimiento de unión con otro ser humano, captamos lo que está sintiendo y así empatizamos con él, de una forma intuitiva. Una intuición que significaría para Edith Stein captar lo esencial después de haber liberado la mirada de prejuicios[4].

Edith Stein se interesó por este tema, de la empatía, hasta el punto de desarrollar su tesis doctoral sobre esta cuestión. Para esta autora, la empatía sería una aprehensión de una persona “aquí y ahora”, que establecería una experiencia de contacto del propio yo con el yo del otro, que permitiría descubrir las intencionalidades centradas en los valores y deseos que darían sentido a su existencia. Así podría comprenderlo y entraría en su mundo de valores que constituiría el fundamento más íntimo de su ser[5]. De este modo, podríamos ver lo más profundo de un ser humano, lo que es realmente, por encima de las apariencias.


La empatía sería un método de conocimiento de los demás y de uno mismo, pues la experiencia humana del trato con los otros, es lo que también nos permite adentrarnos en nuestra interioridad, pues nos ayuda a vernos, a través de ellos, a nosotros desde fuera. Así se conocería la interioridad de uno mismo en el otro[7], uno se haría más consciente de aspectos de sí mismo, de los que no se da cuenta, si no es en la interacción con los demás.

Podríamos decir, en base a los argumentos señalados que la empatía, que podemos desarrollar es una muestra de nuestra propia evolución interior, y además, el poseerla, también nos permitiría desarrollarnos aún más y crecer más como seres humanos.

Pero esa capacidad empática no viene dada, como un resorte automático, que se puede dar por supuesto. Por ejemplo, los niños, cuando son más pequeños, tienen menos capacidad de empatizar con cualquier ser humano. Pues por ejemplo, ¿algún bebé se preocupa, cuando tiene hambre, de si la madre está cansada? Parece que no, pues lógicamente sus necesidades están centradas en su supervivencia y hasta que no tiene unos cuantos años más, no es capaz de ponerse en el lugar de los demás, siendo esta capacidad, inicialmente limitada y pudiéndose desarrollar progresivamente, a lo largo de la vida.


Según se va dando esa capacidad de comprensión, inicialmente resulta más fácil comprender y sintonizar con las personas más cercanas. Algo que, en general, se da primero con la familia (en el caso de que las relaciones sean armónicas). Posteriormente, hay más capacidad de ampliar esta capacidad empática a los amigos, conocidos, personas con las que compartimos ideas, creencias, aficiones, nivel cultural, etc. En la medida que la persona crece interiormente, tiene más capacidad de entender y acercarse a más personas, aunque sean diferentes a él. Y cuanto más difícil resulta la sintonía con el otro, se está poniendo más a prueba nuestra capacidad de empatizar con él. Hay que hacer un esfuerzo mayor de comprensión, si no somos capaces de mirar a través de los ojos de Dios (que suponemos que sería la situación ideal). La máxima expresión de esta capacidad empática, extendida a más seres, es el ejemplo que nos da Cristo, amando a personas diferentes a él y a los suyos; algo que llega a su máxima expresión en su planteamiento de amar a los enemigos y en su petición de perdón a Dios para quienes están acabando con su vida.


Dentro de lo que sería la evolución espiritual, es posible que una persona que esfuerce por mejorar y crecer, pero que en dicho camino se olvide de los demás. Por ejemplo, alguien puede sentirse muy bien estando a solas consigo mismo, en la oración y ejercitarse mucho en ese sentido, pero tener un claro déficit en las relaciones interpersonales, porque no se ocupa de cultivarlas. Estaría tan pendiente de estar con Dios y consigo mismo, para demostrar lo santo o lo espiritual que es, haciendo una especie de competición espiritual, que al final no estaría con nadie y seguramente, ni siquiera con Dios. Podría ser, que incluso, se pudiera sentir muy espiritual (por todos sus esfuerzos pseudoespirituales) y a la vez fuera poco compasivo o comprensivo con los otros, sin ni tan siquiera darse cuenta. Esta situación, lógicamente, frenaría su propio desarrollo espiritual, por quedarse atascado en una actitud de soberbia y narcisismo. Así, su evolución espiritual estaría limitada, sesgada y distorsionada y la persona no estaría realmente desarrollada. En el caso señalado, la evolución sería parcial y la capacidad de amar y de empatizar con otros estaría atrofiada o paralizada. Con lo cuál, el desarrollo espiritual de la persona que funciona así, sería bastante limitado, pues estaría centrado exclusivamente en su propia persona, olvidándose de algo esencial, como es amar a los demás.

Una situación como la referida, nos estaría mostrando que esa persona se habría quedado en un estado infantil de su desarrollo, pues tiene una actitud vital muy egocéntrica, en la que los demás le importan más bien poco. Es probable que estuviera anclado en lo que se llamaría, según Kohlberg[9] “moral preconvencional”, que es un tipo de moral, que pertenece a las primeras etapas de la vida. Dicho estadio de la moral, supondría que estaría centrado en su propia satisfacción y no pensaría en las necesidades ajenas. Si se relaciona con otras personas, el objetivo fundamental de su relación con los demás, sería la propia gratificación, aunque les pudiera perjudicar. De lo que podemos deducir que no tendría capacidad de empatizar con los demás o lo haría en escasa medida. Si una persona tan inmadura respeta a los demás, sería para evitar un castigo (humano o divino) y no porque se quiera el bien de otro ser humano.

En una fase más avanzada de la evolución de la moral lo que parece regir dicho comportamiento, es la necesidad de ser aceptado por el grupo. Este sería el estadio del desarrollo moral de “moral convencional”[10], en el que se hacen las cosas bien, porque se quiere ser “bueno” ante los demás, también por mantener lo establecido y el orden del sistema. Una frase que puede decir alguien que se ha quedado aquí es: “siempre se ha hecho así”, “así está escrito”, etc. Si se pone en el lugar de otro, se hace desde la norma, desde lo que se considera el valor establecido y “normal”. No se ve al otro, sino que se proyecta sobre el mismo los propios esquemas mentales sobre lo que está bien o mal, según lo que le ha dicho el grupo, para sentirse aceptado y valorado. Así que se le aplica al otro, lo que toca, no lo que quizás necesite realmente.

Posteriormente, si seguimos evolucionando, entraríamos en lo que Kohlberg llama “moral postconvencional”[11]. En esta fase se aceptaría que cada ser humano tiene derecho a tener su propia opinión o visión del mundo y se le respeta, aunque no se compartan los mismos planteamientos. Se cumplen las normas, porque se ve que son justas, independientemente de la opinión de los demás. Además, se trataría a las personas como fines en sí mismas y no como medios para demostrar lo bueno que es uno. En este estadio, todo ser humano sería igualmente digno de respeto, sea de donde sea o piense como piense.

Más allá de estos estados citados, habría que plantear un estado evolutivo posterior, en el que la moral sería movida por el amor a los demás y no por ningún tipo de norma o derecho establecido. Sería una moral más cercana a la moral de Cristo, que ve la posibilidad de saltarse las normas, por el bien de un individuo (por ejemplo curando en sábado) y en la que se puede actuar por amor y no por conformismo o aceptación del grupo. Es probable, que los verdaderos místicos, las personas evolucionadas espiritualmente, sean los que han llegado a este nivel.

Este modelo de evolución de la moral, es un ejemplo de la evolución del ser humano en una de las dimensiones de su persona, que están estrechamente unidas a la capacidad empática. Pues la moral más elevada, está estrechamente unida a la capacidad de empatizar con el otro, a través de la capacidad para poderle amar y conocerle en su ser más profundo.

Para poder empatizar, en uno u otro sentido, hace falta tener un cierto nivel de comprensión y de sensibilidad ante la realidad de la propia vida y ante la de los demás. Algo que tiene mucho que ver con la propia evolución interior o madurez espiritual, como ya se ha señalado, que a su vez estaría relacionada con la profundidad de la experiencia de Dios. Pues el contacto vivo con Él, nos proporcionaría una mayor capacidad de amar, de comprendernos y de conocer y de comprender a los demás,  “con una mirada de amor respetuoso”, como diría Edith Stein[12]. Así es como sería posible derribar los muros que nos separan de los demás y captar quienes son realmente, para llegar a poder comprender y captar su mundo interior. Es decir, que sin una mirada de aceptación y amor por el otro y por su vida no será posible poderle ver en su totalidad.

Por lo tanto, para esta autora la empatía sería un acto espiritual. Pues parece que esa capacidad de ponernos en el lugar de otras personas, va más allá de nuestra capacidad intelectual y de nuestras emociones, dándose a un nivel superior (el espiritual) que integra y sintoniza todas las dimensiones de un ser humano, con lo que le está sucediendo a otro ser humano. Así, Edith Stein nos muestra un camino posible para explorar en ese misterio de la individualidad de otro, afirmando que solamente se podría “acceder a la singularidad de cada individuo mediante un contacto espiritual vivo”[13], algo que lógicamente va unido a la sensibilidad espiritual y vinculación al Creador. Los santos no han dado grandes lecciones de ello. Pues son, como expresó Edith Stein, los que están en un “estado de reposo en Dios”.

 Y sería, por tanto, a través de Él, por el que sería posible llegar al estado de máxima empatía. Un estado del que Cristo, ha sido la máxima expresión, como ya se ha señalado.

Podríamos, además, imaginar que esa capacidad de empatizar, de sintonizar con otro o de comprenderle, podría ir más allá de captar su forma de ser o de ver el mundo, e incluso más allá de captar su sufrimiento y de captar su actitud ante el mismo. Si fuéramos capaces de llegar a ese estado de unión con Dios, podemos imaginar que la empatía podría llegar al punto de empatizar con quienes consideramos poco dignos de amor, esos a los que se llama “enemigos”, como ya nos señaló Cristo. Pues si podemos entender y entrar en lo más profundo del corazón de los demás seres humanos, ¿no podríamos entenderles mejor y captar lo que hay más allá de una apariencia? ¿Y no sería posible, a través de esa empatía, mostrar un camino de amor que ayudara a la persona a salir de sus actitudes destructivas o negativas? Parece que ese es parte del trabajo que se hace para ayudar a otros, parte del camino que nos ha mostrado el Evangelio, los santos y algunos psicoterapeutas, que plantean que el camino de la ayuda a otros ha de partir de una empatía y de una aceptación incondicional del ser esencial de otro ser humano. Algo que conllevaría la superación del “ego-centrismo” y al ser conscientes de que somos Uno con los demás, de que todo ser humano sería expresión de una misma realidad, en la que estaríamos todos unidos a un nivel profundo. A ese nivel más profundo todos estaríamos unidos a la realidad de Dios, y si nos damos cuenta seríamos capaces de encontrar Su rostro en las personas que salen a nuestro encuentro.

Llegar a ese punto más elevado de la empatía, la persona sería capaz de empatizar con quien es diferente a nosotros, con el que nos da miedo, incluso con el que nos odia y nos quiere hacer la vida imposible. Si somos capaces de tener una mirada espiritual más aguda, seremos más capaces de adentrarnos en el alma de lo que parece incomprensible y llegar a abrazar, incluso, a quién nos hace daño. Lo cuál no quiere decir que no se le pongan límites, pues amar, también tiene que ver con mostrar el camino correcto.

Si empatizamos realmente, muchas veces, nos damos cuenta, de que detrás del mal que vemos en los otros están sus limitaciones, su ignorancia o su estrechez de miras. Incluso, en otras ocasiones, ese mal que vemos en los otros, es algo que también padecemos y es algo que en realidad está en nosotros mismos y que nos resulta más cómodo verlo en los demás. Reconocerlo en nuestro interior nos puede hacer empatizar mejor con nuestros semejantes, en esa posibilidad que nos plantea Edith Stein, de conocernos en y a través de nuestros semejantes, creciendo así espiritualmente, y tal vez seguir a Cristo en su recomendación, de “Amaros como yo os he amado”. ¿Seremos los humanos realmente capaces de llegar a semejante grado de empatía amorosa? Si no nos lo planteamos y no abrimos el corazón a esa posibilidad, de apertura y amor, no lo sabremos nunca y por lo tanto, tampoco nuestro desarrollo espiritual, seguramente tampoco será completo.


[1] E. Stein. La estructura de la persona humana. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, p. 18.
[2] Ibid. p.19.
[3] Ibid. p.18.
[4] Ibid. p.33
[5] F. González Vega. Decisión humana en Edith Stein y los aportes de la fenomenología a la mística. Lección inaugural, curso 2005-2006. CITeS-Avila. p. 13.
[6] F. Haya Segovia. “Sobre el problema de la empatía”, en Para comprender a Edith Stein, comp. U. Ferrer. Madrid, Ediciones Palabra, 2008. pp. 193-195.
[7] F. González Vega
[8] F. Haya Segovia. “Sobre el problema de la empatía”, en Para comprender a Edith Stein, comp. U. Ferrer. Madrid, Ediciones Palabra, 2008. pp. 193-195.
[9] Citado por K. Wilber. Una visión integral de la psicología. México, Alamah, 2000, p.85.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] E. Stein. Op. cit. p. 17.
[13] Ibid. p. 16.
[14] Citado por A.LÓPEZ QUINTÁS. Cuatro filósofos en busca de Dios, Madrid, Ed. Rialp, 1999, p.164.
[15] Ibid.

jueves, 22 de noviembre de 2012

ESPÍRITU, MATERIA Y SINCRONICIDAD

El plano de Poincaré ilustrado por Escher.

Mucho se podría decir acerca de los diferentes planteamientos, de numerosos pensadores, de todos los tiempos y culturas, sobre lo que son espíritu y materia. Sobre si son una misma cosa, sustancias diferentes o las dos manifestaciones de una realidad única. Esta última teoría me resulta especialmente interesante desde la siguiente reflexión de Carl Gustav Jung:

"Como la psique y la materia está contenidas en uno y el mismo mundo y además están en contacto permanente y descansan, en última instancia, sobre factores trascendentales, no sólo existe la posibilidad, sino también cierta probabilidad de que materia y psique sean aspectos distintos de una y la misma cosa. Los fenómenos de sincronicidad apuntan, según me parece, en esa dirección ya que tales fenómenos muestran que lo no psíquico puede comportarse como psíquico y viceversa, sin que exista entre ambas un vínculo causal."

Los fenómenos de sincronicidad son aquellos que se llaman coincidencias significativas o que normalmente llamamos casualidades que tienen un peso especial para nosotros. Por ejemplo, suceden cuando pensamos en alguien, de quién quizás no sabemos desde hace meses o años, y decidimos llamarle y, al ir a marcar su número, nos suena el teléfono y es esa misma persona. También sucede, con encuentros casuales e inesperados, pero que parecen traernos un mensaje importante. Otra posibilidad son los sueños premonitorios. O incluso situaciones aparentemente intrascendentes, que nos abren nuevas posibilidades importantes en la vida, si nos paramos a reflexionar tiempo después. Para algunos esto se llama la providencia y para otros la “baraka”...

Desde estas perspectivas, como la que nos muestra Jung, las diversas situaciones de la vida no responden a la casualidad, sino a un orden invisible que haría que todo sucediera por algo.

Quién sabe… Por el momento invito a cada uno a explorar en esas coincidencias significativas, o a mirar mejor, por si hay alguna que se nos pueda escapar, que encierre algún mensaje importante para nosotros.