viernes, 23 de septiembre de 2016

TOC, TOC ¿HAY ALGUIEN EN LA GRAN CIUDAD?



Cada vez escucho a más personas hablar de la soledad en la gran ciudad, algo que es especialmente difícil para quienes atraviesan crisis personales, tienen problemas psicológicos o emocionales, o sufren por diversos motivos…

Resulta llamativo que un lugar tan lleno de gente, como es una gran ciudad, sea un lugar de tantas soledades conviviendo juntas. Incluso quienes dicen tener amigos refieren sentirse a veces muy solos…

Quienes hemos vivido en lugares más pequeños sabemos de que hemos podido llamar a un amigo para tomarnos algo en el mismo día o pasarnos directamente por su casa y que hemos sido acogidos y escuchados. O que lo hemos hecho con otros. También sabemos de la experiencia de encontrarnos a personas conocidas por la calle que pueden o no servir de referencia y de apoyo.  Quienes hemos vivido en lugares más pequeños hemos vivido esa experiencia como de una gran familia, con sus ventajas e inconvenientes…

Pero la gran ciudad, esta gran jungla de asfalto, resulta vacía y solitaria para muchas personas. Incluso hay quienes vienen con otra disposición, diciendo que no se dejarán contagiar, que son amigables y cercanos, etc. pero se transforman misteriosamente al llegar a una ciudad como Madrid. Algunos aún siguen siendo fieles a sus propias intenciones, por suerte...

Y, paradójicamente, vivimos simultáneamente en una etapa histórica de hipercomunicación. Si escribes un whatsapp u otro tipo de mensaje seguro que te responden con mucho gusto, pues la mayoría viven a través de una pantalla relaciones humanas hiperconectados... Con conexiones que muchas veces son ficticias o superficiales. Por ejemplo, hay quién habla de que puede pasarse horas chateando con otra persona, pero que nunca quedan a tomar un café… ¿Cómo es posible?

Y lo que es peor, si una persona tiene un mal día, experimenta un momento de bajón, de duelo, o de crisis puede sucederle que no pueda contar con nadie hasta dentro de 10 días o de 10 años, porque la gente tiene la agenda muy ocupada y es más importante su trabajo, su curriculum, ver una serie o emborracharse en la discoteca, que escuchar a un amigo pasando dificultades. Eso siempre queda para después. La gente no es capaz de escuchar a otros porque muchas veces no se escucha ni a sí misma, vive como desconectada… En otro registro de lo “importante”, que en realidad no lo es. Si nuestra vida nos impide relacionarnos y escuchar de verdad a otros o estar realmente disponibles, desde el corazón, como decía en una entrada anterior, se da una alienación de lo que realmente importa, las personas.

Recuerdo un día en que estaba atendiendo urgencias psiquiátricas, en el que vino una chica al hospital porque no tenía con quién hablar en un momento de angustia y la pobre lo había intentado. Entendí perfectamente su necesidad… por extraña que pareciera en ese contexto. También he escuchado muchas veces a pacientes decir que lo que necesitan es una presencia real, una persona que esté ahí en un momento difícil, aunque sea unos minutos. Entiendo que esa experiencia de la “presencia” es clave y fundamental en un momento de dificultad y quienes trabajamos con personas en crisis lo sabemos muy bien. En situaciones críticas hay que tener la sensibilidad suficiente para saber estar presentes físicamente, para escuchar de verdad desde el corazón y para mostrar disponibilidad, aunque sea por espacios de tiempo acotados.

Hay personas que sí son capaces. Creo que muchos conocemos a alguna persona así, que con sencillez sabe estar ahí y responder y que sabes que te tenderá su mano y se hará presente desde el corazón, en cualquier momento que sea necesario. Lamentablemente, muchas personas no conocen a nadie así, o si lo conocen no saben pedir ayuda, o conocen a gente que dice que está y que hará algo así, pero luego no está en el momento que realmente es necesario, porque no se comprometen realmente…

Lo fundamental que quiero transmitir con esta entrada es que estos bichos raros y medio autistas en que nos convierte la gran ciudad podemos despertar y abrir el corazón a la escucha real de la realidad y de los otros, sin miserias, sin egoísmos. Sí con límites, pues no somos dioses. Pero los límites no son desprecios o arrogancias, no son frías distancias sin explicaciones, no son prepotencias salvadoras, etc.

Quizás solo se trate de humildad y de compromiso por darnos cuenta de quienes son los otros, de cuando toca estar y de cuando toca dejar espacio. Todo un arte que requiere saber estar y escuchar en primer lugar con nosotros mismos. ¿Nos atreveremos a hacerlo? Quizás sea una tarea solo para unos pocos valientes… ¿Quién se atreve?






viernes, 16 de septiembre de 2016

LA DISPONIBILIDAD DEL CORAZÓN




Son realmente pocas las personas capaces de ser generosas desde la disponibilidad del corazón, pues eso requiere una conexión con una dimensión profunda de uno mismo que posibilite la capacidad de amar realmente a los demás desde la libertad. Lo que, a su vez, parte de estar centrados y conectados con nuestras almas…  Cuando encuentras a personas así parece que has llegado a casa después de un largo viaje, seguramente porque están en su “casa”, enraizadas en su ser y conectadas con la realidad. Es un regalo de la vida contar con su presencia y también nos transmiten la esperanza de un mundo mejor. Solamente cabe gratitud e inspiración ante personas así. Nos inspiran y nos estimulan a ser como ellos.

Cuando no se las encuentra, parece que el mundo se torna un desierto, por la sensación de sequedad que se produce y da la impresión de que no hay agua para todos, ya que muchos se reservan su “riqueza” tanto para sí mismos, que se acaban volviendo cada vez más pobres y miserables y parece que se ve "sed" por todas partes...

Quizás esos ricos y avaros de los que habla el Evangelio sean esas personas incapaces de dar, de estar disponibles, incapaces de amar, porque no están conectadas con el amor o tienen demasiado cerrado el corazón. Son personas que miden lo que dan y lo que reciben, si dan lo hacen con la prudencia de que no te acostumbres (avaricia), si reciben están pensando en que algo te tienen que devolver o piensan en qué tendrán que dar a cambio (otra forma de avaricia y de restricción). Ante este tipo de personas, o ante este estado de ser que por suerte en algunas personas es ocasional, se te encoge el corazón. Cuando alguien nos trata desde la cerrazón o la defensa y no está disponible y abierto, no solo se nos encoge el corazón, también podemos sentirnos perdidos y desorientados... O incluso heridos o despreciados. Si antes no estamos preparados para el golpe o el desdén que puede suponer ese trato o somos suficientemente conscientes de las heridas del otro.

En otras ocasiones, quienes están con el corazón cerrado pueden incluso hacer sentir culpable al que no es como ellos pues son ellos quienes saben vivir midiendo, poniendo límites, restringiéndose sentimentalmente porque creen que eso es madurez… y control… Pero no saben que están atrapados en los miedos, quizás de la infancia, que del miedo al “coco” se ha pasado al miedo a los demás o a los propios sentimientos. Lo que es más bien el miedo a ser vulnerables ante otros, el miedo a necesitarles, el miedo a compartir de verdad y en definitiva es el miedo a sí mismos y al amor real. Se creen “ricos”, pero son los avaros más pobres. Incluso puede que sean más pobres que esos que solo tienen dinero y se lo guardan egoístamente para sí mismos.


Hay que tener en cuenta que cuando una persona actúa así puede no ser consciente y es posible que incluso se sienta muy generosa, porque a veces da o pide "limosna" emocional, migajas que caen de una mesa que cree llena de algo que se corrompe porque no se comparte y acaba helando el corazón. A veces es algo muy sutil, una persona generosa en sus principios, puede ser muy rígida con sus sentimientos y pensar que eso es amar a otros, porque les pone los límites o porque así protege de algo supuestamente peligroso, cuando lo que hace es protegerse de implicarse de verdad con la vida, lo que le abriría espacios para una felicidad real.

A veces me da la impresión de que esa restricción emocional es miseria, es pobreza, es sufrimiento y es vacío que se llena con falsos principios (fariseísmos), ideologías sectarias o incluso ideas heroicas (falsos salvadores del mundo).

Incluso esas actitudes se cuelan en los mundos de la espiritualidad en estos tiempos en los que está de moda la meditación, o más bien una visión superficial de la misma, pues vemos que incluso meditadores y buscadores espirituales, se empeñan en no sentir, en decir que no son eso que sienten, porque a alguien se le ha ocurrido pensar que sentir es “malo” y que hay de alejarse y mirar "desde fuera" y con recelo esa capacidad humana de sentir, que nos lleva a vincularnos con otros. Pero no nos confundamos. Una cosa es no implicarse con una emoción intensa que no lleva a ningún lugar, aunque uno pueda aceptarla dentro de sí como una expresión de una dimensión interna… Otra cosa es disociarse emocionalmente y vivir abotargado, confundiendo frialdad y abotargamiento con maestría espiritual. Me viene ahora a la mente la intensidad emocional del monje protagonista de la película Zen (el fundador de la escuela soto Zen). Un hombre implicado con los demás y con el corazón abierto, estando disponible para ayudar a los que sufren y llorando por y con ellos. ¿Un maestro zen sintiendo? Sí, un maestro Zen conectado con la realidad y el amor.

Os recomiendo encarecidamente la película que podéis ver aquí:


La buena noticia es que salir de esas restricciones emocionales es posible si uno se propone ir abriendo el corazón, lo más profundo de sí, para abrirlo a la realidad, dándose permiso para abrir la caja de los sentimientos, aunque asusten, pues sólo así pueden llegar a equilibrarse y sosegarse. No sirve barrerlos bajo la alfombra. Otra buena noticia es que los pequeños gestos de disponibilidad, respeto, acogida, son los grandes gestos para un mundo mejor, y lo primero para un mundo interno mejor y más equilibrado. Esos pequeños gestos pueden ser, por ejemplo, responder de inmediato o en cuanto podemos al mensaje de un amigo o incluso de un desconocido, por respeto y por no acumular cosas pendientes avariciosamente o no quedarnos apegados a una falsa y miserable sensación de poder y control… Hay quienes calculan los tiempos para responder, como pretendiendo un cierto control del vínculo y de sí mismos. ¿Por qué no responder y punto? Lógicamente en un momento adecuado y equilibradamente, no compulsiva o impacientemente. Muchas veces los miserables emocionales están disponibles pero quieren aparentar estar ocupados, y retrasan sus respuestas. Una vez alguien me recomendó hacer esperar por sistema a los otros, para que se dieran cuenta de que el poder lo tenía yo… Sin comentarios…

Otros gestos pueden consistir en abrir espacios y tiempos a un amigo, en cuando haya un espacio de tiempo en el camino, aunque sea pequeño. Se pueden crear pequeños oasis de encuentro aún en la gran ciudad.... O puede ser aprender a ser más transparentes y claros, pero sobre todo, puede ser atreverse a Ser reales, ser nosotros, conscientes y valientes ante nuestro sentir, para abrir los ojos con admiración al milagro de la vida y de las relaciones humanas, las entendamos o no.



Dado que todos tenemos un poco de apertura y otro poco de cerrazón (en mayor o menor grado y dependiendo de los momentos... ¿Por qué no abrir un poquito más esa rendija de la puerta que se cierra cuando se cierra?  ¿Por qué no atrevernos a ser y estar disponibles desde la humildad y la sencillez del corazón? ¿Por qué no fijarnos en cuando nos paralizamos y cerramos las puertas para aprender a abrirlas de nuevo?