En numerosas ocasiones, mis pacientes me cuentan ciertos conflictos que experimentan en las relaciones con sus seres más queridos y que les generan un hondo sufrimiento a ellos y a quienes les rodean. Este tipo de conflictos pueden verse desencadenados por auténticas nimiedades, cuando de fondo hay heridas infantiles no resueltas. En estos casos, suele pasar que a cada persona en conflicto le cuesta enormemente ver la perspectiva del otro. Cada uno de ellos puede sentirse agredido y victimizado injustamente, pues parece que el malo es solo el otro. Con frecuencia, esto ocurre cuando lo que está pasando activa heridas no resueltas de la infancia, en las dos personas que viven un problema relacional determinado. Estas heridas, cuando se reactivan, generan un dolor tan grande que resulta muy difícil mirar más allá de la propia perspectiva, pues ese dolor no permite salir de uno mismo y comprender lo que se está viviendo en ese momento. Cuando se da una situación de este tipo cada persona está atrapada en su dolor pasado, en una herida infantil reactivada, que llevará a experimentar que todo el dolor que se está viviendo se lo está provocando el otro en el presente, y supondrá que ese otro parezca la imagen de la desconsideración y de la maldad. Costará mucho trabajo darse cuenta de que lo que se está viviendo es la “película” de la situación difícil vivida en la infancia y resultará arduo ver que la mayor parte de su dolor procede de algo que está ya dentro de uno mismo, antes de que esa herida antigua fuera "tocada".
Estas situaciones suelen darse cuando algo que hace el otro toca una herida antigua, que ya estaba antes del conflicto, aunque la otra persona no tenga intención de causar ningún daño. Entonces se dispara un dolor antiguo de la infancia, que resulta inexplicable y desproporcionado (como cuando tenemos una quemadura y alguien la toca con suavidad, nos duele intensamente aunque no se nos quiera provocar ningún daño). El detonante que dispara la herida antigua es más fuerte cuando hay un vínculo fuerte con otra persona, o bien cuando está la expectativa de que dicho vínculo se produzca. Es típico que suceda en los conflictos de pareja, en donde inconscientemente cada uno toca la herida del otro, dada la cercanía de este tipo de relaciones y la falta de perspectiva para mirar con objetividad, por no haber siempre suficiente espacio emocional para lograrlo. En el momento en el que pasa algo así se bloquea la capacidad para pensar claramente y se generan situaciones "en bucle" (de círculo vicioso) en las que parece imposible salir del malestar que aparentemente provoca la otra persona, pues ha hecho algo que nos molesta excesivamente.
En ese tipo de situaciones se activa un "bucle" cerrado de reacción y de contrarreacción que multiplica la dinámica del conflicto durante un largo rato y puede llevar incluso a la ruptura de una relación de amistad, familiar o de pareja. Cuando algo así ocurre parecerá que solo es el otro quién causa todo el dolor que se está viviendo, por lo que se sentirá que se está con alguien malvado, poco empático, inconsciente, bruto o desconsiderado. Esas sensaciones proceden por la reactivación de una herida de la infancia, por lo que nos sentimos tratados del mismo modo que fuimos tratados en el pasado, con la misma sensación de impotencia infantil que nos lleva a caer en una dinámica egocéntrica en la que parece que no hay recursos para afrontar la situación de manera racional y madura. Ante esa dificultad del presente se está abriendo la “caja de Pandora” de algo que duele intensamente y que está por resolver de la infancia. Se trata normalmente de algo que no estamos sintiendo habitualmente en nuestra vida cotidiana porque esa herida no resuelta estaría escondida o aparcada para no resultar molesta, aunque sí estaría latente y agazapada para saltar ante algo que toque la tecla adecuada (pues se parece a lo que provocó la herida original). Cualquier cosa que se parezca, aún mínimamente, al malestar original que provocó la herida de la infancia, detonará todo el dolor acumulado a lo largo de la vida con relación a lo que hace sufrir en un momento como el que trato de describir.
Veamos un ejemplo ficticio que nos ayudará a entenderlo mejor:
Una persona, a la que podemos llamar Pepa, se siente mal porque no le llama su amiga Luisa, a la hora en que quedó en hacerlo. Pepa está esperando ansiosamente esa llamada, pues quiere contar a su amiga algo que es importante para ella. Por causa de esa impaciencia se le hace más larga la espera. Y, al no recibir la llamada prevista en el tiempo que considera normal, súbitamente se siente abandonada, porque se abre en ella un abismo angustioso de abandono que le produce un enorme dolor emocional. Aunque Pepa es consciente de que su reacción es exagerada, no puede evitar sentirse fatal y empieza a hacer interpretaciones inadecuadas, desde esa sensación interna de estar siendo abandonada por Luisa. Entonces, piensa que su amiga no la toma en serio, razón por la que siente que Luisa realmente no es su amiga, que ya no la quiere, que es una maltratadora malvada y que hace eso por fastidiarla. Se van sucediendo en su interior una serie de pensamientos en la línea de confirmar que está siendo abandonada y que toda la culpa es de Luisa. Su estado emocional ha surgido de la reactivación de una herida de abandono que proviene de su infancia (ha vivido diversos abandonos reales, por parte de sus padres, desde muy pequeña). Pero ella no lo sabe conscientemente y siente que lo que le ha hecho su amiga Luisa, al no llamarla a la hora prevista, es algo muy desconsiderado y grave. Desde esas emociones negativas reactivadas hace interpretaciones erróneas que la llevan a un malestar que va en aumento. Es decir, sus pensamientos negativos desde la emoción del abandono, aumentan aún más su herida de abandono. Se siente abandonada y su mente se dedica a reafirmarse en la sensación de estar siendo abandonada, interpretando lo que sucede como un acto de alta traición. Esta situación la lleva a escribir a su amiga Luisa el siguiente mensaje, pasados 30 minutos de espera: “¿Qué pasa Luisa? ¿No me ibas a llamar a las 21 h? ¡Ya son las 21.30! ¿Por qué pasas de mí? ¡No me puedo fiar de ti! ¡Me estás tratando fatal! Eso solamente puede hacerlo una mala persona, no sé cómo me he podido fiar de ti, ¡y yo que pensaba que eras mi amiga y mira lo que me haces!”
Por su parte, su amiga Luisa ha tenido un imprevisto. Le ha sentado mal una comida y está muy mareada con naúseas y con vómitos y no se ha dado cuenta de la hora que es. Es algo despistada con los horarios y tampoco da demasiada importancia a la puntualidad. Cuando se da cuenta de que ya es un poco tarde, piensa en mandar un mensaje a su amiga para decirle que se encuentra mal, pero al coger el móvil ve el mensaje que ha enviado Pepa y se siente súbitamente presionada, invadida y exigida, lo que activa en ella mucha angustia y un gran malestar. En el caso de Luisa, se le activa una herida de haber sido invadida repetidamente en su infancia, por sus padres. Es decir, desde muy niña sus padres no han respetado sus límites y la han presionado para que sea de una determinada manera. Por ejemplo, la puerta de su habitación siempre tenía que estar abierta, su madre se leía sus diarios y siempre estaba encima de ella para que estudiara, fuera correctamente vestida, se comportara de forma educada y nunca se saliera de los márgenes establecidos como perfectos. Cuando lee el mensaje de su amiga Pepa, se siente inmediatamente muy herida y atacada y tiene la sensación de que su amiga le está causando un tremendo mal tratándola así, por lo que ya no le quiere responder. No sabe expresar su malestar salvo retirándose y negándole la comunicación, pues nunca se le permitió, de niña, expresar con libertad enfado, malestar o rabia. Su estrategia de pequeña era replegarse dentro de sí, para que la dejaran en paz, teniendo una actitud de resistencia pasiva, desde la frialdad. Por lo que esta es la reacción que tiene, ante lo que percibe como invasión y presión, por parte de su amiga. Siente que Pepa no la respeta, que no empatiza con ella, que solo le exige y que realmente no la quiere como es. Cree entonces que su amiga es una mala persona, egocéntrica y egoísta, y que no es capaz de pensar que si no le llama a la hora prevista le puede estar pasando algo. Así que eso la refuerza en su actitud de no comunicarse con Pepa, ya que necesita interrumpir la comunicación hasta que se le pase el enfado.
Por su parte, Pepa, espera ansiosamente a que su amiga Luisa le diga algo cuanto antes. Cree que su mensaje la puede hacer reaccionar y por fin llamarla, porque la entenderá. Pero su herida de abandono se va agrandando más, pues nuevamente se siente dejada de lado por una persona a la que quiere. Sensación que se agrava aún más porque Luisa no le responde nada. No se da cuenta de que su propia actitud ha aumentado la distancia de su amiga y de que han entrado en el bucle de la tormenta perfecta. Al igual que Luisa, Pepa alimenta el mismo bucle de estar cada una mirando a la otra desde su propia herida.
La situación descrita las centra progresivamente más en sí mismas, por el dolor que experimentan, impidiéndoles entender qué le pasa a la otra parte. Pepa, desde su herida de abandono siente que se confirma que Luisa no la quiere. Por este motivo le manda finalmente un mensaje “bomba” con alta destructividad, pasadas un par de horas: “No sé cómo me puedes hacer algo así. Eres la peor persona que he conocido jamás. Si realmente eres mi amiga dime algo por lo menos, me estás haciendo sentir fatal.” Pepa se cree que es Luisa quién le está haciendo sentir fatal, pero no es capaz de ver que es su propia herida lo que está agrandando un conflicto que inicialmente era una pequeñez.
¿Qué le pasa entonces Luisa al leer este mensaje? Nos lo podemos imaginar; pues en ella, la sensación de ser invadida se multiplica hasta el infinito. Entonces bloquea a Pepa en el Whatsapp.
Pepa, al verse bloqueada, vive el desgarro del abandono hasta proporciones infinitas. Se siente una víctima abandonada y empieza a recordar numerosos momentos de su vida en los que se ha sentido abandonada, por lo que aún se siente peor, y así agranda la herida. Siente entonces que las personas son malvadas porque la abandonan y se queda varios días en esa posición victimizada, de “nadie me quiere”, “las personas son malas y egoístas”, “¿por qué he vuelto a confiar?”, “si es que todo me pasa a mí”, etc., etc.
La perspectiva de Luisa, es similar, en cuanto a sufrimiento y victimismo, ya que llega a las mismas conclusiones de no ser comprendida, ni respetada, ni querida. Piensa también en la maldad y en la falta de respeto hacia ella, por parte de otras personas, en la dificultad para confiar, y en que todo le pasa a ella, etc., etc.
De alguna forma, estas dos amigas se metieron en el bucle de la tormenta perfecta repitiendo inconscientemente dentro de sí las situaciones dolorosas de su infancia. Así se han quedado nuevamente solas, con sensación de ser incomprendidas, con la percepción de que el mundo es malvado y de que es imposible tener amistades fiables. Ambas se acaban sintiendo víctimas y se ven, durante varios días, atrapadas en la niña herida que fueron, que les confirma sus peores pronósticos y que les hace “adictas” a repetir la herida una y otra vez, desde la inconsciencia de no ver que esa niña herida que fueron. Esa niña, al no ser sanada, les va a meter una y otra vez en la misma trampa, apoderándose de ellas, llevándoles a repetir los mismos patrones y viendo en otras personas del presente lo que les hicieron sus padres. Así sucede una y otra vez, cuando las heridas no se hacen conscientes y no se sanan. El verlo ya supone un principio de sanación, porque posibilita que la herida no se apodere de uno mismo.
Si Pepa y Luisa han experimentado la activación de una herida de este tipo, quienes ha de cuidar a la niña herida que se siente abandonada o invadida han de ser ellas mismas. Si se dieran cuenta de cómo es ese herida que les puede condicionar, podrían llegar a entender qué le pasa al otro, incluso en mitad del conflicto. Así es también como podrían aprender a no sobrereaccionar y a entender que la herida las engaña y las aleja de los demás. Si se dan cuenta pueden después llegar a ver a su niña herida con amabilidad y con compasión, atendiendo a sus necesidades emocionales y siendo como una buena madre y un buen padre para sí mismas. De ese modo es más posible que no se viva tanto dolor y que no se experimente que hay alguien que les abandone o que les invada. Pues no se da ese poder a otro por encima de uno mismo.
Un aspecto positivo de estas situaciones en las que se desencadenan conflictos desde heridas infantiles, pese a lo dolorosas que pueden llegar a ser, pueden darnos la ocasión de descubrir qué herida está dentro por sanar y posibilitar una toma de consciencia de cómo se enreda la mente con ellas (magnificando el sufrimiento y generando situaciones de volver a sufrir, una y otra vez). Si nos damos cuenta de lo que sucede en este tipo de “bucles de la tormenta perfecta”, estaremos empezando a liberarnos y a sanarnos de las heridas, y pueden ser una magnífica ocasión para conocernos mejor y para interrumpir la dinámica de destrucción mutua no dejándonos reaccionar desde la herida, que acaba hiriendo a la otra persona e hiriéndonos en un bucle interminable.
Mi recomendación es que cuando se activen situaciones de este tipo es que no reaccionemos, que no culpabilicemos, que nos paremos y observemos el dolor que está en el fondo, atendiendo a ese niño herido, del que la otra persona no es responsable*. Cuando se abre la herida es cuando podemos llegar a escuchar ese dolor interior, para hacerlo consciente y que no nos domine y para no abandonar al niño/a herido/a, o para aprender a poner los límites necesarios para no sentirnos invadidos, o cuando se dé cualquier otra reacción irracional que pueda surgir porque está habitando en nuestro interior, agazapada, a la “espera” de que algo toque la tecla que abre la caja de los “demonios”. Por ejemplo, podemos pararnos a hacernos ciertas preguntas, en un momento así de: "¿Y yo por qué me estoy sintiendo tan mal? ¿Lo que me están haciendo es realmente grave? ¿Qué le pasa a la otra persona para comportarse así?
Obviamente no estoy hablando de situaciones de abuso o de maltrato intencionados, que también se pueden vivir en la vida adulta, sino de conflictos de otro tipo en los que podemos considerar que se daña de forma involuntaria e inconsciente.
Con respecto a esos niños heridos interiores, el maestro budista Thich Nhat Hanh (fallecido recientemente) ha aportado una orientación inspiradora, que puede ayudar a prevenir situaciones como la descrita:
"Muchos de nosotros tenemos aún un niño herido, viviendo en nuestro interior. Quizá las heridas nos las hayan producido nuestro padre o nuestra madre. O tal vez, a nuestro padre le hirieran de niño. A nuestra madre también pueden haberla herido cuando era niña. Como no supieron curar las heridas de su infancia, nos las han transmitido. Si nosotros no sabemos transformar y curar las heridas que hay en nosotros, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos. Por eso, hemos de volver al niño herido que hay en nosotros y ayudarle a curarse. A veces, el niño herido que hay en nosotros necesita nuestra atención. Ése niño pequeño puede aflorar de las profundidades de nuestra conciencia; y pedir, nuestra atención. Si eres consciente, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese momento, en lugar de contemplar un bello amanecer, vuelve a ti mismo y abraza tiernamente al niño herido que hay en ti. «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido».
Para cuidar de nosotros mismos, debemos volver y cuidar del niño herido que hay en nuestro interior. Debemos practicar cada día el volver a tu niño herido. Debemos abrazarlo tiernamente, como si fueras un hermano o una hermana mayor. Has de hablarle. Y también, puedes escribir una carta al niño pequeño que hay en ti, de dos o tres páginas, para decir que reconoces su presencia y que harás todo lo posible para curar sus heridas. Cuando hablamos de escuchar con compasión, normalmente creemos que se refiere a escuchar a otra persona. Pero también debemos escuchar al niño herido que hay en nuestro interior. Está en nosotros aquí, en el momento presente. Y podemos curarlo ahora mismo.
«Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí, escuchándote de veras.» Y si sabes volver a él, escucharle cada día durante cinco o diez minutos, la curación tendrá lugar. Cuando subas una bella montaña, invita al niño que hay dentro de ti a subir contigo. Cuando contemples una hermosa puesta de Sol, invítale a disfrutarla contigo. Si lo haces durante algunas semanas o meses, el niño herido que hay en ti se curará. La plena conciencia es la energía que puede ayudarnos a hacerlo."
-Thich Nhat Hanh
*Nota: cuando alguien no es capaz de gestionar este tipo de heridas por sí mismo es recomendable que acuda a trabajar estas cuestiones en el espacio seguro y bien orientado de una psicoterapia especializada en estos temas, para ir tomando consciencia de lo que sucede y para saber cómo manejarse ante este tipo de situaciones.