¿SER CONSCIENTES?
Blog para compartir sobre la vida, la consciencia y nuestras maneras de ver el mundo y darle sentido a nuestra existencia.
miércoles, 18 de octubre de 2023
¿VÍCTIMAS O VERDUGOS?
jueves, 13 de julio de 2023
MANIPULACIONES SUTILES, ¿QUÉ SON Y CÓMO PROTEGERNOS DE ELLAS?
martes, 29 de noviembre de 2022
ALTAS CAPACIDADES, DE LA IDENTIFICACIÓN A LA DESIDENTIFICACIÓN ¿O PREFERIMOS EL LADO OSCURO?
En los últimos tiempos se habla bastante de las altas capacidades intelectuales (ACI o AACC), un término que parece haber sustituido a lo que tradicionalmente se ha llamado superdotación intelectual (giftedness en inglés). En este escrito usaré ACI o superdotación indistintamente.
El “diagnosticar” ACI requiere la evaluación por un experto en el tema, tanto cualitativa, como cuantitativamente (aunque a veces ni los expertos se pongan totalmente de acuerdo en lo que son estas capacidades exactamente).
La cantidad de personas que hablamos sobre ACI y que “salimos del armario” de las ACI vamos en aumento. Parece que es importante hablar del tema para irlo normalizando. En general, está claro que esta identificación ha sido parte de un proceso importante para una mejor autocomprensión y para dotar de un mayor sentido a ciertas experiencias de nuestra biografía. Por ejemplo, lo que antes del “diagnóstico” de ACI se vivía como una serie de rarezas personales, puede acabar comprendiéndose en el marco de un concepto en el que adquieren un mayor sentido.
Suele generar un gran alivio el entender que ciertas rarezas o inquietudes, e incluso algunos problemas con el mundo, se explican desde un funcionamiento mental relacionado con tener altas capacidades intelectuales. Desde esta comprensión muchos dan sentido a ciertos aspectos de sí mismos que han podido resultar raros para otros: como el tener grandes inquietudes intelectuales y avidez por el aprendizaje, un alto sentido crítico, una gran diversidad de intereses que se ven interrelacionados, una especial facilidad para el estudio, una energía mayor de lo normal para lo que a uno le interesa, además experimentarse la realidad con ciertas sensibilidades e intensidades que sobrepasan los márgenes de lo habitual, entre otras características.
Según he podido comprobar en mí misma, y en otras personas que hemos sido detectadas con altas capacidades en la vida adulta, el encontrarnos con ese “diagnóstico" de ACI o superdotación, ayuda integrar una parte de nuestras características personales, aporta un mayor grado de autocomprensión y, en cierta medida, favorece un mayor nivel de autoconocimiento. No obstante, considero preciso señalar que este sería un autoconocimiento parcial si nos quedamos con la impresión de que esa etiqueta de ACI explica todo lo que somos y orienta absolutamente el sentido de nuestras vidas. El autoconocimiento implica una serie de procesos complejos de autoindagación personal que ha de tener en consideración diferentes dimensiones de la persona (pensamientos, emociones, sentimientos, motivaciones, fortalezas, virtudes, defectos, inquietudes, sensibilidad, sesgos cognitivos, reacciones en las relaciones interpersonales, inseguridades, traumas y heridas emocionales, etc.). En el proceso de autoconocimiento vamos descubriendo progresivamente diferentes elementos internos que además van experimentando cambios a lo largo del tiempo. Por lo tanto, el conocernos es dinámico y requiere el desarrollo de una cierta capacidad de metacognición (que consiste en mirarnos más allá de nuestros procesos mentales o emocionales, autodistanciándonos de lo que creemos que somos, para percibir qué nos sucede y cuál es la raíz de nuestros fenómenos internos).
El “diagnóstico” de superdotación (sea en la infancia o en la vida adulta) nos permite conocer mejor algo de nosotros, pero también implica el riesgo de identificarnos excesivamente con esta etiqueta, creyendo que eso de la capacidad es lo que uno ES. En quienes han sido detectados de adultos me encuentro muchas veces con que muchos se quedan con la sensación de que la identificación de sus capacidades ya les aporta una idea clara acerca de quienes son. Se sienten aliviados porque ya saben qué SON gracias a esa etiqueta. Lo que en parte es comprensible, pero también puede dejarles fijados ahí, en la impresión de que su identificación como personas superdotadas es su identidad fundamental, cuando en realidad es solo uno de los factores de sí mismos. Creo que la mera comprensión de la superdotación no nos va a decir todo acerca de lo que somos y seguramente nos diga muy poco para enfocar el sentido de nuestras vidas. Es más, es altamente probable que, sin una mirada profunda acerca de lo que somos, sea nuestro falso ego (al que también podemos ver como una “parcela narcisista”[1] de nosotros mismos) el que nos instrumentalice tratando de “explotar nuestro talento”, de tal modo que así seamos nosotros quienes nos autoexplotemos. O bien, si no lo hacemos nosotros mismos, hay grandes posibilidades de que sea otro el que se encargue de encontrar la vía para exprimirnos para sus propios fines. Situación que veo mucho más arriesgada cuando se “orienta” a los niños en el desarrollo de su potencial desde ciertas organizaciones que no tienen fines precisamente altruistas.
El darnos cuenta de que la detección de altas capacidades refleja solo un aspecto de nuestra existencia puede posibilitar el que nos busquemos más allá de esta identificación, con más profundidad, haciendo un trabajo interior para discernir los valores con los que queremos identificarnos, para llegar así a ser el tipo de persona que queremos llegar a ser, haciéndonos la pregunta de si queremos aportar algo valioso y constructivo al mundo, y no que nuestra propia vanidad nos esclavice en pos de un éxito que puede llegar a ser una esclavitud que nos aleje de nosotros mismos.
El marco de sentido que aporta saber sobre las propias altas capacidades realmente no nos trae todas las respuestas para orientar nuestra existencia y autocomprensión. Aporta algo, pero no nos permite saber quienes somos integralmente. Aparte de que, lo que nos identifica, también tiene que ver con la integración de diversos factores internos (no solo cognitivos) y con establecer una cierta relación armónica con el mundo que nos rodea. Esa relación con el mundo también implica una llamada a la responsabilidad personal. Como explica el experto en el tema de las ACI, Robert Sternberg en un texto titulado “Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not”[2], es preciso que las personas superdotadas aporten al bien común a través de una superdotación transformacional (enfocada en mejorar nuestro mundo), y no desde una superdotación transaccional (que sería la que solamente se enfoca en un intercambio interesado de intereses, desde el despliegue del éxito personal). Esta última tendría finalidades egocéntricas y utilitaristas, que implicarían altas probabilidades de irse pasando al lado oscuro. Nuevamente es Sternberg quien ha puesto de manifiesto esta peliaguda cuestión sobre los riesgos potenciales de pervertir la capacidad en su artículo “The vexing problem of dark giftedness”[3].
El riesgo de pasarse al lado oscuro me parece que es mayor cuando creemos que solo SOMOS superdotados o personas de altas capacidades y no que simplemente son herramientas que tenemos y que son una parte de nosotros. No somos intrínseca y esencialmente eso. Yo puedo tener ACI, pero esta etiqueta no dice quién soy yo. Aunque comprender lo que esto supone aporte algo importante a la vivencia de mi propio ser y a mi manera de estar en el mundo, yo no considero que mi identidad completa esté configurada esencialmente por mis altas capacidades. Solo soy un ser humano más, que dispone de ciertas herramientas cognitivas que ayudan a funcionar cognitivamente mejor que otros. Esas herramientas son medios, no son mi ser, ni delimitan mis fines. Mi propio ser, en todo caso, puede configurar la finalidad y la actitud con la que las utilizo. Si un día me doy un golpe en la cabeza o he dormido mal y esto me impide pensar con rapidez y con claridad seguiré siendo yo misma, un poco mermada, pero mi persona será la misma esencialmente, aunque tenga una menor capacidad cognitiva en acción.
Una cuestión en la que quiero incidir, con respecto al riesgo de pasarnos al “lado oscuro” como consecuencia de identificarnos con las altas capacidades y el éxito que nos puedan aportar, tiene que ver con que nuestro ego tramposo es muy aficionado a quererse identificar con cualquier aspecto o cualidad que tengamos. Por culpa del ambiente narcisista imperante en nuestra cultura estamos influenciados para creer que somo lo que tenemos, lo que aparentamos o lo que conseguimos (fama, belleza, dinero, curriculum, posesiones, inteligencia, etc.). El riesgo de identificarnos con una de nuestras dimensiones parciales es mayor cuando tenemos una cualidad en la que destacamos más que los demás. En estos casos nuestra “parcela narcisista”, estaría ávida de identificarse con aquello en lo que pueda sobresalir, para compensar así diversas inseguridades o limitaciones a las que no nos resulta agradable mirar. Por culpa de esa dimensión egoica egocéntrica, las personas con belleza se creen que son su belleza y se derrumban cuando envejecen, quienes tienen dinero se sienten superiores por sus posesiones, quienes han conseguido títulos académicos confunden estos títulos con su verdadera identidad y los más inteligentes corren el riesgo de pensar que son más valiosos que otros por sus mejores capacidades. En estos casos, el problema de la identificación con algo parcial les llevaría a caer en una falsa identificación de su persona, que en el caso de las ACI no sería nada más que un conjunto de herramientas cognitivas más potentes. Esta situación puede llevarles, paradójicamente, hacia el abismo de una profunda ignorancia acerca de su propio ser desde una percepción reduccionista de sí mismos, en la que no sabrían mucho acerca del tipo de persona que son realmente.
En ocasiones, veo que las personas muy inteligentes se quedan atrapadas en un personaje intelectual que les aporta identidad y la sensación de seguridad en su percepción de sí mismos desde un halo de superioridad. En este caso, la falsa identificación con esas capacidades en las que se ven superiores les hace subirse a un pedestal construido solamente con humo narcisista. Un narcisismo que se exacerbaría porque la actitud de superioridad les haría separarse del resto, excepto cuando se relacionan con los de la misma élite intelectual. No niego la importancia de encontrar a personas con capacidades similares a las nuestras y la mayor facilidad de comprensión mutua en estos casos, pero sin valores, inquietudes y finalidades similares para la vida, finalmente el virtuosismo intelectual compartido me parece que aporta bastante poco y que puede incrementar el riesgo de deslizarnos al lado oscuro narcisista, al contemplarnos embelesados en el reflejo de alguien que consideramos similar a nosotros.
De la excesiva identificación con la propia capacidad desde el egocentrismo personal pueden surgir líderes narcisistas que, de forma manipuladora y, e incluso visionaria, tienen una elevada destructividad para los demás. La superioridad intelectual puede ser usada destructivamente así por personas inmaduras para compensar sentimientos de inseguridad, desde esa mirada de “soy superdotado” o “soy más” en cualquier cosa.
En el otro extremo de estas actitudes estaría otro tipo de ego narcisista más sutil; un ego victimista que es el que aparece cuando a una persona superdotada no le ha ido bien con sus capacidades, por haber sufrido bullying, incomprensión y otros tipos de ataques por sus características más sobresalientes. Sin negar la gravedad de estos hechos y sin perder ni un ápice de empatía por quién sufre estas situaciones, es preciso tener presente que el lado victimizado de alguien puede activar un narcisismo victimista, que le aportaría identidad a través de una identificación parcial con la parte en la que uno ha sido dañado, impidiendo ver toda la riqueza interior de la que se dispone. De este modo, viviría a través de un "ego víctima" que le haría vivir a través de un sufrimiento muy intenso derivado de las experiencias pasadas. Nuevamente una identificación con elementos parciales de uno mismo impediría ser lo que uno es de un modo más completo.
Otro riesgo que veo en esta identificación masiva de nuestro yo con ser superdotados es cuando llegamos a creer que solamente podemos entablar amistad con personas que pertenecen a esta misma élite intelectual. Haciendo una analogía, quizás un poco simple, sería como si alguien que tiene un Ferrari pensara que solo puede ser amigo de quienes también tengan un Ferrari. Cuando quizás lo importante fuera comprobar si con otros conductores se pueden tener metas y recorridos comunes. Lamentablemente, a veces podemos quedarnos contemplando vanidosamente nuestros respectivos Ferraris porque nos hacen sentir especiales y únicos. Volviendo al tema de las altas capacidades, creo que podemos tener el riesgo de pensar que por fin encontraremos el Santo Grial de la amistad en grupos en los que están otros superdotados, como si por fin hallásemos a los de la propia especie. Es cierto que puede ser más fácil comprendernos con personas de un nivel similar de capacidades, pero también pueden darse conflictos más enrevesados, cuando las orientaciones vitales o los valores de fondo son muy distintos. Así que, seguramente nos podemos encontrar con grandes frustraciones en quienes después de haberse afiliado a asociaciones de superdotados no han hallado allí a los grandes amigos de su vida. Hay que aclarar que a veces sí se dan encuentros muy satisfactorios y valiosos en estos grupos, pero no necesariamente solo por tener alta capacidad, sino porque haya otros elementos profundos que se comparten y que se comunican en un idioma similar que es el de las altas capacidades intelectuales. Algunos mencionan que lo que más les ha frustrado en esos grupos de superdotados es la competitividad, las batallas intelectuales entre egos sabiondos que no se escuchan y que resultan bastante insoportables las exhibiciones narcisistas de las capacidades de unos y de otros. Lo que llega a agravarse por el “efecto halo” en el que algunos se instalan, que genera la distorsión de sentirse experto en algo por el hecho de haber leído bastante sobre un tema, sin tener suficiente base para comprenderlo a fondo.
Entrar en un mundo de superdotados no significa entrar en un mundo Disney de unicornios y de cebras de colores que viven constantemente en estados bondadosos y beatíficos. A veces puede incluso suceder lo contrario. En estos ambientes encontramos a personas de todos los espectros morales. Y en algunos casos más extremos también podemos encontrarnos con narcisistas patológicos e incluso con psicópatas. De lo que podemos deducir que solamente la capacidad no pone de manifiesto las actitudes y los valores de alguien.
Para que nadie se sienta ofendido por mis reflexiones, recuerdo que estoy hablando del “riesgo de pasarse al lado oscuro” (aquí no hablo de todos los aspectos luminosos de la superdotación, que también los hay). Resumiendo lo expuesto, el riesgo mencionado tiene que ver con una identificación de lo que somos con algo parcial que tenemos (alto CI), con la delimitación de un tipo de tribu con la que nos podemos identificar creyéndonos los miembros de una élite superior y finalmente acabar separados del resto de la humanidad, a la que no hay un especial interés en comprender o ayudar, porque por fin uno está con los “suyos”. Quizás las mentes más maléficas estén pensando en cómo crear sectas para captar a superdotados y explotarlos eficazmente, ¿o ya existen?
Quizás una salida a todas estas trampas egoicas esté en relación con el cultivo de ciertos valores humanos, con la reflexión honesta y sincera acerca de lo que somos y con enfocarnos con una actitud constructiva con el mundo que nos rodea (como puso de manifiesto el psiquiatra Viktor Frankl, desde la actitud es desde donde podemos poner de manifiesto nuestra libertad para actuar de la mejor forma posible). En este tema, el cultivar una metainteligencia, más allá de las capacidades y viéndolas globalmente, sin identificarnos con ellas, quizás ayude a establecer mejor cuál es la finalidad y el sentido de nuestras vidas. En todo ello, un proceso honesto de autoconocimiento sería esencial para desarrollar una sabiduría acorde con la realidad y con lo que somos realmente. En este sentido, considero imprescindible leer con atención la inscripción que se hallaba en el interior del templo de Apolo en Delfos:
“Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses”.
Este conocimiento de nosotros mismos nos ayudaría a captar y comprendernos mejor y a detectar mejor nuestros sesgos para percibir el mundo cómo es. Comprendemos a otros en la medida que somos más conscientes de nosotros mismos. El cultivo de esa consciencia implicaría el desarrollo de una visión adecuada sobre la realidad, que aporta un realismo superior al de la mera capacidad intelectual (que actuaría como aliada e instrumento de la consciencia) y nos aporta la adquisición de más sabiduría. No parece posible lograr mucha sabiduría sin un cierto grado de autoconomiento. Esa mayor consciencia nos puede llevar a asumir una mayor responsabilidad ante lo que nos sucede a todos, mejorando nuestra realidad.
Finalmente, tras pasar por estas reflexiones, he llegado a la conclusión de que tan importante es la identificación de tener altas capacidades como la “desidentificación” de las mismas, en el sentido de percibirlas como una serie de características que aportan elementos importantes a ciertas dimensiones de nuestro ser, pero que no definen todo lo que somos, que no nos hacen superiores y que el tenerlas, en todo caso, nos pone delante la responsabilidad de cultivar nuestra consciencia y sabiduría [4] para buscar cuál es el mejor uso que podemos darles, ojalá a través del amor a nuestros semejantes y desde la humildad de ser conscientes de que somos igual de humanos que cualquiera, a la vez que somos distintos. Creo que el mirar más allá de nosotros mismos y a través de todo lo que somos, después de descubrirnos en nuestras facetas ACI, nos puede permitir ser más conscientes de nuestro funcionamiento y de nuestras habilidades, pero en ningún caso nos aporta superioridad, mayor valía o nos hace personas mejores. Esto último, más bien depende del desarrollo de una consciencia más profunda y amplia que nos permita estar más sintonizados con quienes somos. Las ACI nos configuran y nos condicionan, pero lo que somos en el fondo parece tener más que ver con lo que decidimos hacer de nosotros mismos. Al menos podemos intentarlo.
Notas:
[2] Sternberg, R.J. (2022). Transformational Giftedness: Who’s Got It and Who Does Not. In: Sternberg, R.J., Ambrose, D., Karami, S. (eds) The Palgrave Handbook of Transformational Giftedness for Education. Palgrave Macmillan, Cham.
[3] Sternberg, R.J. (2022). The vexing problem of dark giftedness. Gifted Education International, 0 (0) ,1–21.
[4] Robert Sternberg ha desarrollado varios trabajos en los que señala la importancia de cultivar la sabiduría, para lograr un desarrollo adecuado de la inteligencia. Recomiendo su lectura.
sábado, 12 de febrero de 2022
CONFLICTOS INTERPERSONALES: EL BUCLE DE LA TORMENTA PERFECTA, CUANDO SE ABREN LAS HERIDAS COMPLEMENTARIAS
En numerosas ocasiones, mis pacientes me cuentan ciertos conflictos que experimentan en las relaciones con sus seres más queridos y que les generan un hondo sufrimiento a ellos y a quienes les rodean. Este tipo de conflictos pueden verse desencadenados por auténticas nimiedades, cuando de fondo hay heridas infantiles no resueltas. En estos casos, suele pasar que a cada persona en conflicto le cuesta enormemente ver la perspectiva del otro. Cada uno de ellos puede sentirse agredido y victimizado injustamente, pues parece que el malo es solo el otro. Con frecuencia, esto ocurre cuando lo que está pasando activa heridas no resueltas de la infancia, en las dos personas que viven un problema relacional determinado. Estas heridas, cuando se reactivan, generan un dolor tan grande que resulta muy difícil mirar más allá de la propia perspectiva, pues ese dolor no permite salir de uno mismo y comprender lo que se está viviendo en ese momento. Cuando se da una situación de este tipo cada persona está atrapada en su dolor pasado, en una herida infantil reactivada, que llevará a experimentar que todo el dolor que se está viviendo se lo está provocando el otro en el presente, y supondrá que ese otro parezca la imagen de la desconsideración y de la maldad. Costará mucho trabajo darse cuenta de que lo que se está viviendo es la “película” de la situación difícil vivida en la infancia y resultará arduo ver que la mayor parte de su dolor procede de algo que está ya dentro de uno mismo, antes de que esa herida antigua fuera "tocada".
Estas situaciones suelen darse cuando algo que hace el otro toca una herida antigua, que ya estaba antes del conflicto, aunque la otra persona no tenga intención de causar ningún daño. Entonces se dispara un dolor antiguo de la infancia, que resulta inexplicable y desproporcionado (como cuando tenemos una quemadura y alguien la toca con suavidad, nos duele intensamente aunque no se nos quiera provocar ningún daño). El detonante que dispara la herida antigua es más fuerte cuando hay un vínculo fuerte con otra persona, o bien cuando está la expectativa de que dicho vínculo se produzca. Es típico que suceda en los conflictos de pareja, en donde inconscientemente cada uno toca la herida del otro, dada la cercanía de este tipo de relaciones y la falta de perspectiva para mirar con objetividad, por no haber siempre suficiente espacio emocional para lograrlo. En el momento en el que pasa algo así se bloquea la capacidad para pensar claramente y se generan situaciones "en bucle" (de círculo vicioso) en las que parece imposible salir del malestar que aparentemente provoca la otra persona, pues ha hecho algo que nos molesta excesivamente.
En ese tipo de situaciones se activa un "bucle" cerrado de reacción y de contrarreacción que multiplica la dinámica del conflicto durante un largo rato y puede llevar incluso a la ruptura de una relación de amistad, familiar o de pareja. Cuando algo así ocurre parecerá que solo es el otro quién causa todo el dolor que se está viviendo, por lo que se sentirá que se está con alguien malvado, poco empático, inconsciente, bruto o desconsiderado. Esas sensaciones proceden por la reactivación de una herida de la infancia, por lo que nos sentimos tratados del mismo modo que fuimos tratados en el pasado, con la misma sensación de impotencia infantil que nos lleva a caer en una dinámica egocéntrica en la que parece que no hay recursos para afrontar la situación de manera racional y madura. Ante esa dificultad del presente se está abriendo la “caja de Pandora” de algo que duele intensamente y que está por resolver de la infancia. Se trata normalmente de algo que no estamos sintiendo habitualmente en nuestra vida cotidiana porque esa herida no resuelta estaría escondida o aparcada para no resultar molesta, aunque sí estaría latente y agazapada para saltar ante algo que toque la tecla adecuada (pues se parece a lo que provocó la herida original). Cualquier cosa que se parezca, aún mínimamente, al malestar original que provocó la herida de la infancia, detonará todo el dolor acumulado a lo largo de la vida con relación a lo que hace sufrir en un momento como el que trato de describir.
Veamos un ejemplo ficticio que nos ayudará a entenderlo mejor:
Una persona, a la que podemos llamar Pepa, se siente mal porque no le llama su amiga Luisa, a la hora en que quedó en hacerlo. Pepa está esperando ansiosamente esa llamada, pues quiere contar a su amiga algo que es importante para ella. Por causa de esa impaciencia se le hace más larga la espera. Y, al no recibir la llamada prevista en el tiempo que considera normal, súbitamente se siente abandonada, porque se abre en ella un abismo angustioso de abandono que le produce un enorme dolor emocional. Aunque Pepa es consciente de que su reacción es exagerada, no puede evitar sentirse fatal y empieza a hacer interpretaciones inadecuadas, desde esa sensación interna de estar siendo abandonada por Luisa. Entonces, piensa que su amiga no la toma en serio, razón por la que siente que Luisa realmente no es su amiga, que ya no la quiere, que es una maltratadora malvada y que hace eso por fastidiarla. Se van sucediendo en su interior una serie de pensamientos en la línea de confirmar que está siendo abandonada y que toda la culpa es de Luisa. Su estado emocional ha surgido de la reactivación de una herida de abandono que proviene de su infancia (ha vivido diversos abandonos reales, por parte de sus padres, desde muy pequeña). Pero ella no lo sabe conscientemente y siente que lo que le ha hecho su amiga Luisa, al no llamarla a la hora prevista, es algo muy desconsiderado y grave. Desde esas emociones negativas reactivadas hace interpretaciones erróneas que la llevan a un malestar que va en aumento. Es decir, sus pensamientos negativos desde la emoción del abandono, aumentan aún más su herida de abandono. Se siente abandonada y su mente se dedica a reafirmarse en la sensación de estar siendo abandonada, interpretando lo que sucede como un acto de alta traición. Esta situación la lleva a escribir a su amiga Luisa el siguiente mensaje, pasados 30 minutos de espera: “¿Qué pasa Luisa? ¿No me ibas a llamar a las 21 h? ¡Ya son las 21.30! ¿Por qué pasas de mí? ¡No me puedo fiar de ti! ¡Me estás tratando fatal! Eso solamente puede hacerlo una mala persona, no sé cómo me he podido fiar de ti, ¡y yo que pensaba que eras mi amiga y mira lo que me haces!”
Por su parte, su amiga Luisa ha tenido un imprevisto. Le ha sentado mal una comida y está muy mareada con naúseas y con vómitos y no se ha dado cuenta de la hora que es. Es algo despistada con los horarios y tampoco da demasiada importancia a la puntualidad. Cuando se da cuenta de que ya es un poco tarde, piensa en mandar un mensaje a su amiga para decirle que se encuentra mal, pero al coger el móvil ve el mensaje que ha enviado Pepa y se siente súbitamente presionada, invadida y exigida, lo que activa en ella mucha angustia y un gran malestar. En el caso de Luisa, se le activa una herida de haber sido invadida repetidamente en su infancia, por sus padres. Es decir, desde muy niña sus padres no han respetado sus límites y la han presionado para que sea de una determinada manera. Por ejemplo, la puerta de su habitación siempre tenía que estar abierta, su madre se leía sus diarios y siempre estaba encima de ella para que estudiara, fuera correctamente vestida, se comportara de forma educada y nunca se saliera de los márgenes establecidos como perfectos. Cuando lee el mensaje de su amiga Pepa, se siente inmediatamente muy herida y atacada y tiene la sensación de que su amiga le está causando un tremendo mal tratándola así, por lo que ya no le quiere responder. No sabe expresar su malestar salvo retirándose y negándole la comunicación, pues nunca se le permitió, de niña, expresar con libertad enfado, malestar o rabia. Su estrategia de pequeña era replegarse dentro de sí, para que la dejaran en paz, teniendo una actitud de resistencia pasiva, desde la frialdad. Por lo que esta es la reacción que tiene, ante lo que percibe como invasión y presión, por parte de su amiga. Siente que Pepa no la respeta, que no empatiza con ella, que solo le exige y que realmente no la quiere como es. Cree entonces que su amiga es una mala persona, egocéntrica y egoísta, y que no es capaz de pensar que si no le llama a la hora prevista le puede estar pasando algo. Así que eso la refuerza en su actitud de no comunicarse con Pepa, ya que necesita interrumpir la comunicación hasta que se le pase el enfado.
La situación descrita las centra progresivamente más en sí mismas, por el dolor que experimentan, impidiéndoles entender qué le pasa a la otra parte. Pepa, desde su herida de abandono siente que se confirma que Luisa no la quiere. Por este motivo le manda finalmente un mensaje “bomba” con alta destructividad, pasadas un par de horas: “No sé cómo me puedes hacer algo así. Eres la peor persona que he conocido jamás. Si realmente eres mi amiga dime algo por lo menos, me estás haciendo sentir fatal.” Pepa se cree que es Luisa quién le está haciendo sentir fatal, pero no es capaz de ver que es su propia herida lo que está agrandando un conflicto que inicialmente era una pequeñez.
¿Qué le pasa entonces Luisa al leer este mensaje? Nos lo podemos imaginar; pues en ella, la sensación de ser invadida se multiplica hasta el infinito. Entonces bloquea a Pepa en el Whatsapp.
Pepa, al verse bloqueada, vive el desgarro del abandono hasta proporciones infinitas. Se siente una víctima abandonada y empieza a recordar numerosos momentos de su vida en los que se ha sentido abandonada, por lo que aún se siente peor, y así agranda la herida. Siente entonces que las personas son malvadas porque la abandonan y se queda varios días en esa posición victimizada, de “nadie me quiere”, “las personas son malas y egoístas”, “¿por qué he vuelto a confiar?”, “si es que todo me pasa a mí”, etc., etc.
De alguna forma, estas dos amigas se metieron en el bucle de la tormenta perfecta repitiendo inconscientemente dentro de sí las situaciones dolorosas de su infancia. Así se han quedado nuevamente solas, con sensación de ser incomprendidas, con la percepción de que el mundo es malvado y de que es imposible tener amistades fiables. Ambas se acaban sintiendo víctimas y se ven, durante varios días, atrapadas en la niña herida que fueron, que les confirma sus peores pronósticos y que les hace “adictas” a repetir la herida una y otra vez, desde la inconsciencia de no ver que esa niña herida que fueron. Esa niña, al no ser sanada, les va a meter una y otra vez en la misma trampa, apoderándose de ellas, llevándoles a repetir los mismos patrones y viendo en otras personas del presente lo que les hicieron sus padres. Así sucede una y otra vez, cuando las heridas no se hacen conscientes y no se sanan. El verlo ya supone un principio de sanación, porque posibilita que la herida no se apodere de uno mismo.
Si Pepa y Luisa han experimentado la activación de una herida de este tipo, quienes ha de cuidar a la niña herida que se siente abandonada o invadida han de ser ellas mismas. Si se dieran cuenta de cómo es ese herida que les puede condicionar, podrían llegar a entender qué le pasa al otro, incluso en mitad del conflicto. Así es también como podrían aprender a no sobrereaccionar y a entender que la herida las engaña y las aleja de los demás. Si se dan cuenta pueden después llegar a ver a su niña herida con amabilidad y con compasión, atendiendo a sus necesidades emocionales y siendo como una buena madre y un buen padre para sí mismas. De ese modo es más posible que no se viva tanto dolor y que no se experimente que hay alguien que les abandone o que les invada. Pues no se da ese poder a otro por encima de uno mismo.
Un aspecto positivo de estas situaciones en las que se desencadenan conflictos desde heridas infantiles, pese a lo dolorosas que pueden llegar a ser, pueden darnos la ocasión de descubrir qué herida está dentro por sanar y posibilitar una toma de consciencia de cómo se enreda la mente con ellas (magnificando el sufrimiento y generando situaciones de volver a sufrir, una y otra vez). Si nos damos cuenta de lo que sucede en este tipo de “bucles de la tormenta perfecta”, estaremos empezando a liberarnos y a sanarnos de las heridas, y pueden ser una magnífica ocasión para conocernos mejor y para interrumpir la dinámica de destrucción mutua no dejándonos reaccionar desde la herida, que acaba hiriendo a la otra persona e hiriéndonos en un bucle interminable.
Mi recomendación es que cuando se activen situaciones de este tipo es que no reaccionemos, que no culpabilicemos, que nos paremos y observemos el dolor que está en el fondo, atendiendo a ese niño herido, del que la otra persona no es responsable*. Cuando se abre la herida es cuando podemos llegar a escuchar ese dolor interior, para hacerlo consciente y que no nos domine y para no abandonar al niño/a herido/a, o para aprender a poner los límites necesarios para no sentirnos invadidos, o cuando se dé cualquier otra reacción irracional que pueda surgir porque está habitando en nuestro interior, agazapada, a la “espera” de que algo toque la tecla que abre la caja de los “demonios”. Por ejemplo, podemos pararnos a hacernos ciertas preguntas, en un momento así de: "¿Y yo por qué me estoy sintiendo tan mal? ¿Lo que me están haciendo es realmente grave? ¿Qué le pasa a la otra persona para comportarse así?
Obviamente no estoy hablando de situaciones de abuso o de maltrato intencionados, que también se pueden vivir en la vida adulta, sino de conflictos de otro tipo en los que podemos considerar que se daña de forma involuntaria e inconsciente.
Con respecto a esos niños heridos interiores, el maestro budista Thich Nhat Hanh (fallecido recientemente) ha aportado una orientación inspiradora, que puede ayudar a prevenir situaciones como la descrita:
"Muchos de nosotros tenemos aún un niño herido, viviendo en nuestro interior. Quizá las heridas nos las hayan producido nuestro padre o nuestra madre. O tal vez, a nuestro padre le hirieran de niño. A nuestra madre también pueden haberla herido cuando era niña. Como no supieron curar las heridas de su infancia, nos las han transmitido. Si nosotros no sabemos transformar y curar las heridas que hay en nosotros, las vamos a transmitir a nuestros hijos y nietos. Por eso, hemos de volver al niño herido que hay en nosotros y ayudarle a curarse. A veces, el niño herido que hay en nosotros necesita nuestra atención. Ése niño pequeño puede aflorar de las profundidades de nuestra conciencia; y pedir, nuestra atención. Si eres consciente, oirás su voz pidiendo ayuda. En ese momento, en lugar de contemplar un bello amanecer, vuelve a ti mismo y abraza tiernamente al niño herido que hay en ti. «Inspirando, vuelvo con el niño herido que hay en mí; espirando, cuidaré muy bien de mi niño herido».
Para cuidar de nosotros mismos, debemos volver y cuidar del niño herido que hay en nuestro interior. Debemos practicar cada día el volver a tu niño herido. Debemos abrazarlo tiernamente, como si fueras un hermano o una hermana mayor. Has de hablarle. Y también, puedes escribir una carta al niño pequeño que hay en ti, de dos o tres páginas, para decir que reconoces su presencia y que harás todo lo posible para curar sus heridas. Cuando hablamos de escuchar con compasión, normalmente creemos que se refiere a escuchar a otra persona. Pero también debemos escuchar al niño herido que hay en nuestro interior. Está en nosotros aquí, en el momento presente. Y podemos curarlo ahora mismo.
«Mi querido niño herido, estoy aquí por ti, listo para escucharte. Por favor, cuéntame tu sufrimiento, muéstrame todo tu dolor. Estoy aquí, escuchándote de veras.» Y si sabes volver a él, escucharle cada día durante cinco o diez minutos, la curación tendrá lugar. Cuando subas una bella montaña, invita al niño que hay dentro de ti a subir contigo. Cuando contemples una hermosa puesta de Sol, invítale a disfrutarla contigo. Si lo haces durante algunas semanas o meses, el niño herido que hay en ti se curará. La plena conciencia es la energía que puede ayudarnos a hacerlo."
-Thich Nhat Hanh
sábado, 3 de julio de 2021
¿CÓMO CONSEGUIR QUE ALGUIEN OS QUIERA?
Es posible que, la pregunta que formulo os haya suscitado curiosidad o la expectativa de encontraros, por fin, con métodos eficaces para conseguir que alguien os quiera… Pero, siento decepcionaros, pues sobre todo quiero estimularos a reflexionar sobre ello.
Si os paráis a pensar, os daréis cuenta de que en la frase del título de este escrito hay dos términos contradictorios: “conseguir” y “quieran”.
Si esperabais la fórmula mágica para “conseguir” que os quisieran, siento deciros que esto no es posible. ¿Por qué no? Pues porque el “querer” implica libertad. Si yo creyera que consigo que alguien me quiera, ¿dónde está el “quiera” desde la libertad? “Querer” va unido a un acto de libertad. Si yo pensara que yo voy a conseguir que otro me quiera, esto implicaría que tengo la expectativa de controlarle, de que responda a mi necesidad de amor.
Imaginad por un momento que alguien apareciera un día en vuestras vidas y os dijera “voy a conseguir que tú me quieras”, ¿qué os provocaría?, ¿no os sonaría invasivo y poco respetuoso con vuestra libertad?
Al encontrarnos con otro ser humano, lo que suscita amor va unido a la libertad de que surja, sin presiones ni expectativas. El amor surge de dar espacio, de permitir un acercamiento progresivo en el que se da un conocimiento mutuo, desde el que puede o no surgir sintonía y amor, sea este del tipo que sea.
Otra cuestión en la que parece operar el querer es, por ejemplo, cuando nos damos la opción de querernos a nosotros mismos. Quizás ahí sí podemos hacer algo voluntario por fomentar el querernos, pues es algo que en parte depende de nuestra propia voluntad. Al querernos más y mejor es más probable que seamos más agradables para otras personas, pues podrán captar mejor nuestra dimensión “querible”. Lo que no quiere decir que ahora tengamos que querernos para que nos quieran. Nuevamente sería intentar manipular algo que es libre, para ser posible.
Con respecto a otros, lo que sí depende de nosotros es permitirnos el quererles, mirándoles con respeto y con amor. Así podríamos decidir poner en práctica el amor desde una actitud amable, que posibilitara el vínculo que abriera una puerta desde nuestro interior al amor; una puerta que fundamentalmente podemos abrir de dentro hacia fuera. Podríamos abrir esa puerta desde la libre opción de nuestro corazón de permitirnos o no querer a otros, de desear amar más que ser amados.
Por lo tanto, con respecto al título de este post, no parece que podamos conseguir que alguien nos quiera. Si caemos en esta expectativa, seguramente se trate más bien de la necesidad de nuestro lado infantil de que otros colmen nuestro deseo de amor, a veces desde una herida de amor (si no nos hemos sentido amados en la infancia); otras veces de una necesidad de que alguien cubra nuestros vacíos o necesidades, o de que otro nos complemente de algún modo. Aunque sí tenemos derecho a desear ser amados, pero no a "conseguir" que otros nos quieran.
En definitiva, que si nos planteamos que el amor es algo que hay que conseguir, más bien, lo que vamos a lograr es resultar ser cargantes, demandantes, absorbentes, de tal forma que lleguemos a lograr lo contrario a lo deseado: que no nos quieran.
Lo que sí parece posible es que podamos encontrar ideas acerca de cómo conseguir que no nos quieran o que nos quieran menos: exigiendo amor, queriendo “conseguir” o manipular el amor, no queriéndonos a nosotros mismos o no queriendo a los demás.
Si queremos amor, lo primero es cultivarlo desde nosotros mismos, aprendiendo a ser libres para conectar con esa capacidad humana de abrir la puerta a la posibilidad de amar. Una posibilidad que es mayor cuando aprendemos a mirar con apertura la realidad de los otros y a dar espacio para el amor. Pero, aunque abramos esa posibilidad, tampoco podemos obligarnos a querer a nadie. La magia del amor ha de nacer de la libertad. En todo caso, el amor es una ventana o una puerta que podemos abrir desde el corazón, una vez que descubrimos que, en mayor o menor medida, es una capacidad que podemos ejercitar, posibilitar, abrir y así permitir que la fuente del amor brote de nuestros corazones. Quizás, así sea más posible que otra persona, vea más fácil el camino de apertura al amor desde el amor que le ofrecemos, siempre y cuando realmente respetemos su libertad de amar, o de no hacerlo.