La práctica espiritual es un
camino que puede llevarnos a la libertad, al equilibrio interior y a la
apertura de corazón; nos ayuda abandonar nuestros miedos, para volver a la
realidad con un corazón que sea más capaz de amar, de tener compasión y de encontrar
sabiduría. La verdadera espiritualidad supone una implicación en toda
experiencia de la vida con sabiduría y bondad.
El camino espiritual es una
aventura apasionante, pero no exenta de riesgos. Es algo así como si
estuviéramos escalando una montaña muy alta. Será muy satisfactorio ir
ascendiendo e, incluso, llegar a la cima, pero por el camino tendremos que
sortear dificultades y peligros, que serán diferentes en cada una de las etapas.
Incluso habremos de enfrentarnos a fases de gran oscuridad (como la “noche
oscura del alma”, que diría San Juan de la Cruz), que será preciso atravesar y
superar.
Son diferentes los métodos
relacionados con una práctica espiritual. Haré alusión a algunos de ellos y a
los problemas a los que pueden llevarnos:
1) Prestar atención al momento presente. A lo que
hay que añadir, que se ha de hacer con respeto, veneración, interés o
entusiasmo. Porque si solo prestamos atención, sin más, sin ninguna motivación
específica, podremos llegar a ser meros autómatas desalmados, que no
planifican, ni recuerdan, ni reflexionan. Puede ser una buena forma de llegar a
un estado reptil de indiferencia y de presente permanente, absolutamente
ensimismado en sí mismo…
2) Entrenamiento en mantener la atención, este
método suele complementar al anterior. El método consiste en, por ejemplo,
mantener la atención en la respiración, y en nada más, para entrenar la
concentración y la atención. El resultado negativo puede llevar a crear un
condicionamiento de vaciamiento de contenidos mentales útiles, la emergencia de
un vacío existencial real que lleve a la persona a deprimirse o nuevamente a
convertirse en un reptil indiferente, descerebrado e insulso.
3) Concentrarse en algo que resulte sagrado. Por
inspirador que resulte el objeto de nuestra devoción, siempre habrá
interferencias humanas, que nos harán confundir el sentido de nuestra vida con
el contenido de una oración, de un icono, de un santo, o de una estampita, de
tal forma que perdamos el sentido de la realidad o pensemos que compartimos,
con el objeto de nuestra atención, cualidades especiales. O peor aún, que ese
objeto de devoción es el único existente, por lo que no valen los objetos o
seres devocionales que inspiran a los demás, de otras devociones, de otras
parroquias, de otras religiones. Entonces, entraremos en el fanatismo y la
lucha por imponer nuestra versión de lo sagrado.
4) Encontrar serenidad y silencio interior. Es
posible que cuando se consigue, se lleguen a tener experiencias de auténtica
plenitud, incluso experiencias místicas. Este momento, aunque sea sumamente
gratificante, puede ser el más peligroso. Pues como ya han contado algunos yoguis,
o Santa Teresa de Jesús, hay personas que cuando tienen una experiencia
espiritual, se quedan “enganchadas”, como colocadas y no quieren salir de este
estado, autosugestionándose para mantener el trance y así desconectar de una
realidad que les desagrada o para sentirse “santos”. Otra posibilidad es que el
silencio interior haga salir los “monstruos” que uno lleva dentro y se
desencadene una auténtica crisis psiquiátrica, porque emergen contenidos
inconscientes que no se saben manejar. Es decir, problemas importantes de los
que uno antes no era consciente.
5) La toma de consciencia, mediante la observación
de la realidad, que nos puede hacer llegar a la iluminación. Este es un buen
propósito, que tiene que ver con saber qué es realmente la realidad, quitar
interferencias mentales, conocerse uno realmente a sí mismo, etc. Pero el mayor
problema no es llegar, sino creerse estar iluminado por tener algún atisbo de
luz (como es el caso del niño pequeño, que cuando controla cuatro rudimentos
matemáticos, se puede creer un genio matemático).
6) Autoconocimiento. Mediante ciertas prácticas
espirituales se favorece la introspección y se pueden hacer grandes
descubrimientos, muchos de los cuales suponen enfrentarse a elementos negativos
del propio ser. El mayor problema que se puede dar, es cuando alguien descubre
en su interior alguna cualidad positiva, y ve que puede tener experiencias
espirituales, atisbos de la totalidad o de Dios y se piensa que ya se conoce y
que como ya se conoce, tiene cualidades extraordinarias, se convierte en un
“pseudogurú”. Empieza entonces a dar lecciones a los demás (con evidentes
carencias en lo que a humildad se refiere) y no permite la exposición de
diferentes puntos de vista (en esto se parece al “iluminado”), porque él está
en posesión de la verdad. Quizás estos sean de los más peligrosos, pues pueden
desorientar enormemente a los demás, porque nos muestran mapas falsos y nos
podemos “despeñar”, si los seguimos.
7) Practicar
rituales colectivos. Por edificantes y constructivos que puedan resultar,
estos rituales pueden hacer perder el sentido de la identidad individual y
hacer pensar, al practicante de una determinada tradición, que sin el ritual no
puede haber una conexión con lo sagrado. Cuando precisamente el ritual, es una
evocación de un momento histórico sagrado, del pasado (no de un ritual). Aparte
de esta fusión con el grupo, está el riesgo del adoctrinamiento y el
aborregamiento, por parte de líderes o “pseudogurús”, que se creen en posesión
de la verdad o sin escrúpulos. Estas prácticas, desde su lado negativo, pueden
llevar a auténticos lavados de cerebro y a pérdidas de la identidad personal.
8) Hacer obras de caridad. Este tipo de práctica
está en casi todas las tradiciones, tratando de favorecer la autotrascendencia,
la bondad, la empatía, el desprendimiento, etc. Puede tener, como todas las
prácticas anteriores, efectos muy beneficiosos, pero también tiene sus
peligros. Uno de ellos es lo que un tal Maddi llamaba “espíritu de cruzada o
aventurismo”, que consiste en ir a salvar al mundo para huir de los propios
problemas personales, a lo que se puede unir una sensación de falsa santidad o
bondad, lo que se puede agravar con ciertos tintes moralistas (pues quién esto
hace, puede pretender dar lecciones a los demás acerca del buen hacer).
Aclaro, por último, que todas
estas prácticas pueden ser muy constructivas y edificantes, pero si no se
considera los peligros, es como ir a escalar una montaña sin un mapa, sin la
indumentaria adecuada, las cuerdas, etc. Sin todo ello, puede existir el riesgo
de una caída e incluso de la muerte.
Por ello, es importante
considerar que el camino espiritual tiene sus vicisitudes, siendo la peor de
todas, la que se ha identificado en diversas culturas con el “maligno”, la
soberbia de pretender ser más que Dios, ser más que la totalidad o que el
Destino o que las leyes de la naturaleza. Lo que se ha llamado también la
Hybris, y se ha considerado como el peor de los pecados o el origen de todos.
Porque si por haber trepado cuatro peñas espirituales nos lo tenemos creído, aún
sin estar en forma, es cuando empezará la mayor de las cegueras. El mayor
peligro será no querer tomar consciencia de que somos como hormigas navegando
en una cáscara de nuez y que podemos caer en pretender creer que el mar está
calmo, por nuestros propios méritos y no por leyes que se escapan a nuestra
voluntad… Si pensamos esto, será el comienzo de nuestra perdición, pero siempre
queda la esperanza de volvernos a encontrar, si encontramos el antídoto: la
humildad.
5 comentarios:
En definitiva, ¡qué difícil es todo!
Hola Maribel.
Interesante la reflexión que haces sobre los peligros de la espiritualidad.
Quizás un buen antidoto para no caer en ellos, además de la humildad, sea dejarse guiar por un director espiritual, alguien con formación sólida que sea capaz de indicarnos el camino, de cuidarnos en esa escalada. Nosotros, adultos y responsables, seremos quienes tomemos ciertas iniciativas pero siempre es necesario pedir consejo por aquello de que uno no es buen consejero de si mismo.
Un saludo
Tinta
Maribel, después de leer tus acertados comentarios me asalta una pregunta: ¿Qué está exento de peligro?
No emprender ningún esfuerzo de superación ¿es más o menos peligroso que intentarlo con riesgo de errar?
Confiando en un guía experto ¿nos libraríamos del peligro de errar en la elección del guía?
Me alegaría que este interesante post tuviera continuación.
un abrazo,
Jaime, no todo es difícil... Sí muchas cosas, pero porque las volvemos difíciles nosotros.
Tinta, está bien la idea del director espiritual, que sirve también para tener una cierta humildad. Pero eso también tiene sus peligros, pues ¿cómo acertar con el director? ¿Siempre va a sabernos guiar adecuadamente? Un ejemplo de estos peligros fueron las experiencias de Santa Teresa, con algunos de sus directores, que no sabían comprenderla, e, incluso la perjudicaban.
Pere, bueno, ya sabemos que vivir implica un riesgo (entre otros, el de morirse), pero eso no quita que merezca la pena.
Yo creo que es más peligroso no esforzarse, que intentar algo, pese al riesgo de errar. Y el guía experto... pues no sé si nos libraría del todo de algo. La cuestión es que la seguridad absoluta no podemos tenerla en casi nada... Pero esto también tiene su interés, por ejemplo, por el aprendizaje que supone vivir en la incertidumbre.
Y bueno, pensaré en la continuación... A ver qué se me ocurre...
Saludos a todos
Maribel
Has expuesto vivencias y circunstancias que casi siempre aparecen en nuestro viaje, en el mio aparecieron, me reconozco.
No debemos por las dificultades que siempre aparecen, dejar de caminar hacia la luz. Las dificultades son para medirnos. ¡¡¡ bienvenidas !!!
Publicar un comentario