Son numerosos los discursos que hablan de la ayuda a los más desfavorecidos. Se dan tanto desde las diferentes religiones, en las que por ejemplo se plantea la importancia de ayudar a los pobres y de la caridad, como en las opciones políticas en las que se habla de igualdad y de solidaridad. En ambos casos se pone de manifiesto el elemento solidaridad y una sensibilidad ante las necesidades de quienes sufren. Algo loable e importante, siempre y cuando no nos quedemos en un discurso moralista o en un narcisismo en el que pretendemos ser nosotros quienes arreglemos la vida a los demás.
Cualquier iniciativa que disminuya las injusticias y desigualdades
en este mundo me parece bien, si se hace desde el lugar adecuado y equilibrado,
viendo a los más débiles como iguales que se pueden llegar a valer por sí
mismos, ayudando a combatir la injusticia que les empobrece, generando redes y sistemas que favorezcan la
dignidad humana, su autonomía, etc.
Pero ante todo estas cuestiones muchas veces me surge la
reflexión acerca de otras personas desfavorecidas, que quizás sean aún más
pobres que los pobres materiales, al no ser escuchados realmente, o ser, en
general, bastante ninguneados.
A los que he llamado “los otros desfavorecidos” son aquellos
que sufren por causas psíquicas, que han
sido víctimas de maltratos e injusticias que les han dañado anímicamente, que
en otros casos sufren por trastornos mentales que les incapacitan, o que
simplemente viven un sufrimiento o vacío en el alma que les deja en la cuneta
de la vida, muchas veces sin poder siquiera articular unas palabras que
inspiren la compasión de los que transitan por las vías principales. Estos
indigentes anímicos (que podríamos ser todos en un mal momento) suelen ser
ignorados, incomprendidos, etiquetados como “tóxicos” o percibidos como
personas molestas que encima piden o reclaman cariño o atención. Cuando lo que quizás soliciten, en el fondo,
es una comprensión humana y real, alguien que les escuche y les trate como personas normales, el saber que hay salidas, que hay esperanza de superar sus propias dificultades
o de aprender a vivir con ellas y que son igual de humanos que los demás.
Al hilo de esta ideas me parece muy lúcida esta reflexión:
Al hilo de esta ideas me parece muy lúcida esta reflexión:
"Soy amante de la vida y como amante de la vida, no puedo estar fuera de ningún campo vital. Por lo que, cuando camino por una aldea pobre de la India y la gente tiene hambre, o está enferma porque carece de agua potable ¿cómo puedo dejar de responder a ese sufrimiento? Cavamos pozos nuevos, creamos suministros de agua clara, y enseñamos a conseguir cultivos más abundantes.
Cuando voy a Londres, o a Chicago, o a San Diego, también me encuentro con sufrimiento, no una carencia de agua potable, sino el sufrimiento de la soledad y el aislamiento, la falta de alimento espiritual y comprensión. Del mismo modo que alguien responde de un modo natural a la falta de agua potable en las aldeas, respondemos a la falta de comprensión y paz en los corazones de los occidentales. Como amante de la vida ¿cómo puedo separar una parte del todo?"
Vinoba Bhave
En general es mucho más fácil prestar atención a las
realidades de pobreza material que a las situaciones de indigencia anímica y también es mucho más fácil el erigirnos en salvadores del
mundo si damos limosna, colaboramos con ONGs, parroquias o partidos políticos
que intervengan en aspectos materiales de la pobreza de este mundo. Todo ello tiene su importancia, pero también diversos riesgos de no ver la realidad de una forma global... Sin quitar valor a este tipo de
intervenciones, me planteo muchas veces si el abordaje del sufrimiento de los
seres humanos se hace de forma global y si no estamos abandonando a la
indigencia emocional y espiritual a aquellos a quienes no entendemos… Quizás no
les entendemos por no saber entender y tolerar nuestras propias limitaciones o
a nuestras partes más frágiles y desequilibradas, cuando actuamos así. El
mecanismo habitual es cerrar, dentro de nosotros, la puerta a los elementos
anímicos interiores que nos perturban, lo que es terreno abonado para la
incomprensión de los que sufren por causas psíquicas a nuestro alrededor. Es
decir, acabamos tratando a otros como nos tratamos a nosotros mismos, y así podemos
desconectarnos de la sensibilidad ante el sufrimiento ajeno para sentirnos
seguros, asertivos o incluso valientes. ¡Qué paradoja!
La cuestión más profunda considero que ha de ser más global.
Incluso para combatir la pobreza material, de forma más adecuada, es necesario
la transformación de nosotros mismos, de nuestras consciencias. No podemos
arreglar la casa de los demás si no arreglamos la nuestra. No podemos atajar las causas de la injusticia y de la desigualdad sin intervenir en las consciencias individuales, empezando por desarrollar la nuestra de la mejor forma que nos sea posible. Al menos desde la humildad, con un diálogo abierto con la realidad y con los demás, sin dar por supuesto que sabemos lo que no sabemos...
En este sentido Kishnamurti lo dice muy claro en este vídeo:
Os recomiendo también el documental "En busca de sentido" documental en el que se plantea
el tema del desarrollo sostenible, la superación de la injusticia económica,
etc., desde una visión profunda conectada con la transformación de nuestras
consciencias individuales en primer lugar:
1 comentario:
Me ha resultado siempre esencial este punto de vista sobre la indigencia mental humana en nuestro mundo circundante. Y, ay, no sabía sino dirigirme a Dios. Pero no me bastaba, a pesar de la sentencia de santa Teresa. Ahora que te he encontrado, hay campanas de fiesta en el corazón... Y comienzo a ver que, en verdad, SOLO DIOS BASTA.
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