viernes, 23 de agosto de 2019

LOS VÍNCULOS REALES Y EL AMOR




A lo largo de la vida experimentamos diversos tipos de vínculos: familiares, de amistad, de pareja, profesionales, etc. Pero ¿son vínculos reales? ¿existen tal y como pensamos que son?

Son muchas las personas que hablan del sufrimiento que les generan ciertos tipos de vínculos con los demás. Por sentirse decepcionadas o engañadas por ellos, por la dificultad que tienen para conectarse con otros, porque se protegen por el miedo a ser perjudicadas, porque anhelan vínculos más cercanos que sean satisfactorios y aporten amor, porque tienen algo que dar y no saben como comunicarlo, porque no saben pedir ayuda o comunicar lo que sienten, porque esperan que el vínculo sea algo que en realidad no es, porque quieren más de lo que el otro puede o quiere dar, o quieren que sea menos…, etc.

En estas situaciones, el que más sufre no suele ser muy consciente de qué es lo que falla y tiende a poner en los demás el problema. Muchas veces el que sufre cree que tiene la "verdad" acerca de la relación con otra u otras personas, sin ser consciente de todo lo que la puede estar internamente engañando o condicionando desde su interior. Es decir, que puede tener dentro de sí una idea del vínculo que no es real, lo que le hace generarse falsas expectativas que le hacen sentirse dañado, etc. Parte de un problema vincular puede ser también un problema de vinculación con uno consigo mismo, o de ignorancia, o de autoengaño, etc. 

Por ejemplo, las personas que han sido muy protegidas y mimadas por sus padres pueden estar esperando que los demás, en su vida adulta, hagan lo mismo y se sienten decepcionadas con quienes no lo hacen. En el otro extremos, quienes se han visto maltratados o abandonados por sus padres pueden caer en un excesivo miedo o desconfianza o bien tener una ficción inconsciente de que por fin alguien les comprenda y les salve, a modo de buscar una supermamá que adivina todos sus deseos y los satisface.

Nuestras dificultades en los vínculos están condicionadas por cómo hemos vivido las relaciones con nuestros padres u otras personas significativas en la infancia. Si nos hemos sentido sostenidos y comprendidos por ellos nuestros vínculos serán más seguros y tendremos menos reparo en expresar lo que sentimos o de expresarnos con libertad a la hora de pedir ayuda. Si nos hemos sentido abandonados, incomprendidos o maltratados, esas heridas serán una interferencia para percibir lo que realmente sucede en las relaciones y se amplificarán las dificultades, desde una herida de abandono, incomprensión o maltrato, que parecerá repetirse en situaciones que sean similares a las situaciones difíciles vividas en el pasado. Solamente algunas personas empáticas o sensibles podrán entender las grandes dificultades de las personas más heridas, para vincularse con ellas sanamente y podrán aceptar con más apertura a quienes andan perdidos y heridos, y también serán más conscientes de qué les sucede y sabrán que con estas personas hay que tener más claridad y delicadeza, así como mostrarse con honestidad, dejando claro cuales son los límites de una relación, o que uno no es el “salvador” o que se están teniendo expectativas inadecuadas. En general, cuanto más claros y honestos seamos con las personas heridas, más posibilidades habrá de no volverles a herir o de que no esperen de nosotros lo que no somos. 

Una y otra vez, el no resolver ciertas heridas distorsionará las relaciones con los demás y no les veremos a ellos, sino a nuestros miedos o expectativas. El ir tomando consciencia de cómo nos engañamos o desorientamos en la relación con los otros, especialmente en las conductas o problemas que se repiten (eso de tropezar con la misma piedra), puede ayudarnos a mirar más allá de lo que nos hace sufrir y a no tener una confianza ciega en la propia percepción subjetiva. Además, el salir de la propia subjetividad también nos ayudará a mirar realmente hacia el otro y no a lo que la emoción o la parte herida espera, inconscientemente. Y mirar realmente hacia el otro es una forma de aprender a quererle. Sin ver que realmente el otro es otro y que tiene un mundo propio, diferente al nuestro, que hemos de respetar y de tratar de comprender, lo único que hacemos es vivir vínculos ficticios que hacen sufrir, porque la realidad no responde a nuestros deseos por el hecho de desearlos. O bien vínculos idealizados, que pueden aportar inicialmente mucho gozo, pero que se caen por su propio peso al no ser reales.

Las personas más heridas pueden ser quienes más anhelan un vínculo humano real, pero precisamente las distorsiones, generarán una especie de  imágenes fantasmagóricas en su mente, de lo que debería ser como ideal el otro, o bien se puede vivir desde un miedo que no deja abrir el corazón. Pues las imágenes fantasmagóricas de quienes hirieron antes, se superponen a la imagen real de quien se tenga delante. Así, se verá que la propia herida no resuelta no repercute solo en uno mismo, sino en los demás, que confusos pueden acabar dejando nuevamente abandonado a quien no sabe relacionarse de un modo realista, y mirar más allá de sí mismo y de su propio dolor. Ser realista en un vínculo es tener la honestidad de volver a mirar, una y otra vez, que el otro es otro, y querer conocerle realmente, con la máxima delicadeza y respeto. Solo de ahí puede partir un vínculo real. También, es liberador expresarse desde la honestidad de mostrar quienes somos, superando los miedos, trascendiendo los muros y posicionándonos en donde queramos estar, para así poner de manifiesto cuáles son nuestros límites. Los muros y las barreras de protección al que primero dañan es a quién los pone, que se ve encerrado en ellos, lo que añade la complicación adicional de que los demás no son capaces de ver bien quién está detrás de dicho muro.

Llegar a vínculos reales implica ser más libres y honestos en nuestra expresión, pero también ser conscientes de qué limita nuestra percepción y esforzarnos por ver la realidad del otro. Además, es fundamental, para conectarnos realmente con los otros, el tener un mínimo de conocimiento y conexión con nosotros mismos. 

Aquí dejo algunas ideas que pueden ser útiles, señalando los elementos más importantes en relación con lo dicho:

-      Conocerse a uno mismo para conectarse con quién uno realmente es y para tomar consciencia de las propias distorsiones y “películas” que hacemos de los otros proyectando experiencias previas, con miedos, ilusiones o expectativas desproporcionadas. 

-     Irnos aceptando con la propia vulnerabilidad, siendo quienes somos, sin pretender que nadie nos salve y entendiendo que la fragilidad es una parte de la condición humana, por lo que no hay que avergonzarse de ella. Y que es una dimensión de la que otros no han de salvarnos, sino que somos responsables nosotros mismos. Esto no significa que no tengamos derecho a la propia intimidad, sino que podemos asumir como normal y humano el tener dimensiones imperfectas y frágiles. Eso nos hará más tolerantes también con los otros.

-      Desarrollar una apertura progresiva con quienes sintonicemos, respetando nuestro ritmo y nuestro ser, y aprendiendo a poner límites más que muros. Salir de los muros, o al menos irles poniendo unas ventanas puede facilitar el encuentro con una realidad más objetiva que el verlo todo detrás de una muralla que no nos deja ver. A veces, la falta de libertad para posicionarse y expresarse es una muestra de los temores que a uno le dominan desde un yo que se ve incapaz de posicionarse con firmeza. Así que, quizás, aprender a encontrar la propia posición, a decir un no o un sí y a dejarse ser, sea un buen paso también para construir vínculos más reales. 


Solo desde una realidad más libre y humilde parece será posible el amor entre personas. Siendo quienes somos, limitados y también con nuestros dones, para encontrarnos con otros seres afines a nosotros y así abrir la puerta a los vínculos reales, los que llevan al amor y al don de ser quienes somos realmente.


Nota: imagen de Pixabay: rawpixel

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