El término sherpa se ha convertido en la palabra que designa a ciertos guías intrépidos de las montañas del Himalaya. Los sherpas son grandes conocedores de las rutas difíciles de esas montañas misteriosas y fascinantes. Ellos han tenido que explorarlas muchas veces por sí mismos, asumiendo riesgos que han puesto en peligro su salud y su vida. Imagino que, gracias a su tenacidad y fortaleza, han podido llegar a cumbres inexploradas y a vislumbrar paisajes únicos, de los que posteriormente pueden hacer partícipes a otros visitantes de esas tierras lejanas y elevadas.
A veces imagino, por analogía, el equivalente espiritual de este término: el “sherpa del espíritu”. Lo veo como alguien que explora por su cuenta diversos territorios espirituales, incluso los que pueden resultar más arriesgados, o a los que nadie quiere acercarse por ser raros o diferentes. Aunque este sherpa a veces pudiera recorrer caminos conocidos y hollados previamente por otros, no podría evitar, muchas veces, transitar como caminante solitario nuevas tierras que alimentaran su vida espiritual. Seguramente, también con la esperanza de traer riqueza espiritual a otros.
Pienso que estos sherpas del espíritu deberían tener una gran capacidad de indagación y de libertad, que les diferenciaría de quienes transitaran los caminos convencionales, o los de quienes fueran en piloto automático por ciertas autovías de los caminos religiosos más convencionales.
A veces tengo la sensación de que necesitamos urgentemente auténticos sherpas del espíritu. Serían los primeros que se atreverían a transitar nuevos caminos para enseñarnos a respirar el oxígeno espiritual desde las cumbres más elevadas. Desde ellas podrían contemplar directamente la belleza absoluta, respirando libres y alimentándonos de una fuente inagotable de vida auténtica. Para llegar a esas cumbres, antes tendrían que entrenarse y aprender a transitar terrenos difíciles, a veces fangosos y resbaladizos. Solo así podrían enseñarnos a recorrer nosotros esos caminos espirituales para que no nos pusieran en riesgo, ya que habrían aprendido a moverse, desde su experiencia, con las habilidades necesarias a través de los extraños parajes de las montañas más altas.
Sería también conveniente que estos sherpas del espíritu transitaran por las simas de sus propias almas, enfrentándose a sus propias sombras, liberándose de la tentación de vendernos verdades propias y trilladas, o de la de llevarnos solamente a los spas espirituales que nos reconfortaran a cambio de unos billetes.
Ojalá que esos sherpas del espíritu que encontremos en la vida, o el sherpa interior que llevemos dentro, nos permitan liberar el alma de las tentaciones del camino fácil que conduce a espejismos reconfortantes. Muchas veces deseo que los sherpas del espíritu que quieran guiarnos se hayan liberado de la tentación de decirnos qué hacer exactamente para copiar sus vidas y espero que hayan aprendido a solo querer sujetarnos a sus cabos de escalada, cuando andamos perdidos y en peligro.
Qué bello sería que esos sherpas nos aportasen un ejemplo de la libertad del alma y de la humildad, enseñándonos a caminar con sus habilidades, sin darnos indicaciones rígidas, aunque sí prudentes, para ayudarnos a crecer y ser quienes realmente somos. Así quizás aprenderíamos a ser buenos sherpas del espíritu también nosotros mismos.
Más allá de estos deseos, también sueño con que sean respetados en sus vuelos, aunque para ciertos ciegos volar sea imposible. Y que sus vuelos siempre nos inspiren a aprender a volar nosotros cuando sepamos verlos con los ojos abiertos.
Ante lo dicho, os invito a preguntaros: ¿Existen hoy día sherpas del espíritu que nos sirvan de ejemplo o de guía? ¿Qué sentido tendrían para nosotros? ¿Nos atrevemos a serlo nosotros mismos? ¿O bien criticamos a quienes son faros espirituales novedosos? ¿Qué caminos luminosos están ahí y aún no sabemos verlos? ¿Tenemos los ojos del alma realmente abiertos?
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