Aunque hay un interés creciente, en la actualidad, sobre
cuestiones de tipo espiritual, pocas veces se trata el tema de la qué tiene que
ver la espiritualidad con las relaciones interpersonales.
Ya hablé en otra entrada de ciertos rasgos asociados a la
espiritualidad egocéntrica. Una espiritualidad centrada en el individuo y su
crecimiento personal, relacionada diversos problemas y disfunciones,
consecuencia de fomentar el egocentrismo en el camino espiritual. Algo difícil
de evitar en nuestros días pues vende más hablar de recibir premios, para uno
mismo y para el propio ego, que la idea de la autotrascendencia, el sacrificio
o la humildad. Véase si no el éxito alcanzado por libros como “El Secreto”.
Sin quitar la importancia que tiene en el camino espiritual el
autoconocimiento, en el camino espiritual, o la autoestima sana, no podemos
dejar de lado la dimensión interpersonal en el desarrollo espiritual. ¿Por qué?
Porque sin ésta, la vida espiritual puede estar incompleta o ser un delirio
autorreferencial.
Pensemos, por ejemplo, en un honrado ciudadano que va a sus
clases de meditación regularmente, o bien acude frecuentemente a sus
actividades parroquiales, a un ashram o a encuentros espirituales de cualquier
tipo. Seguramente pueda sentirse bien con lo que le aportan unas u otras
prácticas y pueda experimentar una potenciación de ciertos recursos personales.
Todo esto puede ser beneficioso para superar dificultades de la vida, tener una
visión más positiva de la realidad o, incluso ayudarle a encontrar un sentido
más completo de su vida. Este ciudadano puede tener momentos de paz y bienestar
interior, gracias a su práctica espiritual. Claro que sí, pero podemos ver algo
diferente cuando éste se encuentra con otras personas.
Vamos a llevarle al ámbito de su familia. Podemos ver que llega
a su casa y se irrita porque la comida no está a “su hora” sobre la mesa. Acaba
gritando a su mujer, por haber “perdido el tiempo” hablando con sus amigas por
teléfono y por no estar atendiendo a sus obligaciones domésticas, para que todo
funcione puntualmente. Después va a la habitación de su hijo a decirle que es
un ser inferior por perder el tiempo chateando con sus amigos, por internet. Le
quita el ordenador y le dice que le castiga sin salir, a pesar de que el chico
le dice que está tratando de ayudar a un amigo suyo en crisis, chateando con
él. Le da lo mismo. Le deja un libro de espiritualidad para que lo lea y se “ilumine”,
dando un portazo a la puerta de su habitación. Después se va a su despacho, a
meditar, para sentirse mejor y les dice a sus familiares que no come con ellos,
porque necesita “elevarse”, después de haberse rebajado en el contacto con
ellos. Los percibe como inferiores y se pregunta que para qué se ha casado y
tenido un hijo, pues son una pérdida de tiempo, para su desarrollo espiritual.
El mismo individuo se va al día siguiente a trabajar, un
compañero le pide ayuda para terminar un proyecto y le dice que está muy
ocupado, mientras pierde el tiempo revisando textos de maestros espirituales
por internet. Le llama más tarde un amigo suyo, pidiéndole si pueden quedar
para tomar un café, pues está pasando un mal momento y le dice que no tiene
tiempo, pues tiene que tener su hora de meditación diaria, lecturas sagradas y
mucho trabajo importante. Ni siquiera quiere dedicar tiempo a hablar con él por
teléfono y le dice que se vaya a meditar a su comunidad o que se vaya a un
psicólogo. Se pregunta para qué se ha hecho amigo de alguien que afronta tan
mal las dificultades de la vida y que socialmente está por debajo de él.
Más tarde va a tomar un café con sus compañeros, pero pasa el
tiempo mirando cosas por internet en el móvil y chateando con amigos “espirituales”,
pues los considera más elevados que sus compañeros de trabajo.
Vuelve a casa y se encuentra con que su mujer está triste.
Ella le dice que se siente triste porque él parece cada vez más lejano. Él le
comenta que está experimentando un nuevo plano de conciencia, por lo que ella
no puede acceder a su plano superior, pues se ha quedado atrás. Todo se lo dice
con frialdad y actitud de superioridad. Ella llora, porque no entiende qué
locura le ha dado. Él le dice que su llanto es un síntoma de su inferioridad y
que su capacidad amorosa le ayuda a tomar distancia del sufrimiento y a no
sentir el suyo para contaminarse con él. Que si quiere hacer algo que medite u
ore de una determinada forma, pero que no se queje tanto. Ni la escucha. Le
deja un libro de espiritualidad, se aleja de ella y vuelve a meditar, se
encierra en su habitación y repite oraciones, mantras, o algo similar. Siente
paz y de nuevo se siente iluminado. Se reafirma en su superioridad y en su
distancia de todos los seres inferiores, que para él son los no creyentes, los
que no hacen su misma práctica espiritual, los que votan a otro partido
político, etc. Está encantado de conocerse a sí mismo, pero pasa de quienes considera que no encajan en su forma de ser y de ver las cosas. Vive en una burbuja "espiritual".
¿Podemos considerar que esta persona está realmente viviendo
una espiritualidad sana y mínimamente equilibrada? Aunque nuestro personaje esté poniendo de manifiesto
simultáneamente varios tipos de problemas interpersonales, de forma simultánea
y esto nos pueda parecer exagerado, quizás cualquier ser humano podamos haber
caído alguna vez en alguna de estas modalidades de distanciamiento, escapismo o
como lo queramos llamar. Muchas veces me he encontrado con estas conductas por
parte de personas que se llaman a sí mismas espirituales, mientras critican y
se burlan de los que consideran a un nivel inferior.
Para dar una alternativa que se dirija a un mayor equilibrio
espiritual, me apoyo en lo que dicen místicos como Santa Teresa. Ella nos
plantea que solamente podemos valorar la vida espiritual de alguien por su
capacidad de amar y de dar la vida por sus semejantes. Nos señala que la más
cierta señal de si hay amor a Dios o síntomas de unión con Él, es guardando
bien el amor al prójimo (ni las revelaciones, ni el éxtasis, ni la capacidad de
profecía serían importantes frente a esto). De tal forma que cuanto más se está
en el amor al prójimo, más se está en el amor a Dios.
Nos habla de que puede haber almas muy diligentes a la
oración y muy “encapotadas” (aisladas), para que no se les vaya “un poquito de
gusto y de devoción que han tenido” o porque no se les vaya el estado que han
alcanzado con la oración, por lo que son las que poco entienden del camino por
el que se alcanza la unión con Dios. Señala que es mejor dejar a Dios por
servir al prójimo. Y que sólo es posible
crecer espiritualmente dejando “morir” al “gusano” (que es nuestro “hombre
viejo” o parte egoísta), para llegar así a convertirse en mariposa. Sería el
dejar morir la parte egoísta, que es la que nos separa de los demás y que sólo
busca su bien, aún disfrazándose de beatitud y espiritualidad. Por lo que no
habría una verdadera unión con Dios, o un estado espiritual elevado, si no hay
amor al prójimo.
Os dejo un vídeo de una conferencia excepcional de Maximilano
Herráiz (Doctor en Teología y Profesor en la Universidad de la Mística de
Ávila), sobre "Experiencia y pensamiento de
Santa Teresa de Jesús" en la que explica muy bien estas cosas y de donde he recabado algunas de
las ideas que os he explicado al final de este texto: http://www.mistica.es/index.php?option=com_content&view=article&id=255&Itemid=210&lang=es
2 comentarios:
Muchas gracias por esta reflexión, sugerente, realista y de mucha importancia.
Gracias Maribel. Has removido muchas cosas dentro de mi porque me has puesto delante del espejo de algunas de mis incongruencias. Que fácil es caer en el autoengaño y la auto complacencia olvidando lo verdaderamente importante. José Ramón
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