Cada vez escucho a más personas hablar de la soledad
en la gran ciudad, algo que es especialmente difícil para quienes
atraviesan crisis personales, tienen problemas psicológicos o emocionales, o sufren por diversos motivos…
Resulta llamativo que un lugar tan lleno de gente,
como es una gran ciudad, sea un lugar de tantas soledades conviviendo
juntas. Incluso quienes dicen tener amigos refieren sentirse a veces muy solos…
Quienes hemos vivido en lugares más pequeños sabemos de que hemos podido llamar a un amigo para tomarnos algo en el mismo día o pasarnos directamente por su casa y que hemos sido acogidos y escuchados. O que lo hemos hecho con otros. También sabemos de la experiencia de encontrarnos a personas conocidas por la calle que pueden o no servir de
referencia y de apoyo. Quienes hemos
vivido en lugares más pequeños hemos vivido esa experiencia como de una gran
familia, con sus ventajas e inconvenientes…
Pero la gran ciudad, esta gran jungla de asfalto,
resulta vacía y solitaria para muchas personas. Incluso hay quienes vienen con
otra disposición, diciendo que no se dejarán contagiar, que son amigables y
cercanos, etc. pero se transforman misteriosamente al llegar a una ciudad como
Madrid. Algunos aún siguen siendo fieles a sus propias intenciones, por suerte...
Y, paradójicamente, vivimos simultáneamente en una etapa histórica de
hipercomunicación. Si escribes un whatsapp u otro tipo de mensaje seguro que te
responden con mucho gusto, pues la mayoría viven a través de una pantalla
relaciones humanas hiperconectados... Con conexiones que muchas veces son ficticias o
superficiales. Por ejemplo, hay quién habla de que puede pasarse horas
chateando con otra persona, pero que nunca quedan a tomar un café… ¿Cómo es
posible?
Y lo que es peor, si una persona tiene un mal día, experimenta
un momento de bajón, de duelo, o de crisis puede sucederle que no pueda contar
con nadie hasta dentro de 10 días o de 10 años, porque la gente tiene la agenda muy
ocupada y es más importante su trabajo, su curriculum, ver una serie o
emborracharse en la discoteca, que escuchar a un amigo pasando dificultades.
Eso siempre queda para después. La gente no es capaz de escuchar a otros porque
muchas veces no se escucha ni a sí misma, vive como desconectada… En otro
registro de lo “importante”, que en realidad no lo es. Si nuestra vida nos
impide relacionarnos y escuchar de verdad a otros o estar realmente
disponibles, desde el corazón, como decía en una entrada anterior, se da una
alienación de lo que realmente importa, las personas.
Recuerdo un día en que estaba atendiendo urgencias
psiquiátricas, en el que vino una chica al hospital porque no tenía con quién hablar
en un momento de angustia y la pobre lo había intentado. Entendí perfectamente
su necesidad… por extraña que pareciera en ese contexto. También he escuchado
muchas veces a pacientes decir que lo que necesitan es una presencia real, una
persona que esté ahí en un momento difícil, aunque sea unos minutos. Entiendo
que esa experiencia de la “presencia” es clave y fundamental en un momento de
dificultad y quienes trabajamos con personas en crisis lo sabemos muy bien. En
situaciones críticas hay que tener la sensibilidad suficiente para saber estar
presentes físicamente, para escuchar de verdad desde el corazón y para mostrar
disponibilidad, aunque sea por espacios de tiempo acotados.
Hay personas que sí son capaces. Creo que muchos
conocemos a alguna persona así, que con sencillez sabe estar ahí y responder y
que sabes que te tenderá su mano y se hará presente desde el corazón, en
cualquier momento que sea necesario.
Lamentablemente, muchas personas no conocen a nadie así, o si lo conocen no
saben pedir ayuda, o conocen a gente que dice que está y que hará algo así,
pero luego no está en el momento que realmente es necesario, porque no se
comprometen realmente…
Lo fundamental que quiero transmitir con esta entrada
es que estos bichos raros y medio autistas en que nos convierte la gran ciudad
podemos despertar y abrir el corazón a la escucha real de la realidad y de los
otros, sin miserias, sin egoísmos. Sí con límites, pues no somos dioses. Pero
los límites no son desprecios o arrogancias, no son frías distancias sin
explicaciones, no son prepotencias salvadoras, etc.
Quizás solo se trate de humildad y de compromiso por
darnos cuenta de quienes son los otros, de cuando toca estar y de cuando toca dejar espacio. Todo un arte
que requiere saber estar y escuchar en primer lugar con nosotros mismos. ¿Nos atreveremos
a hacerlo? Quizás sea una tarea solo para unos pocos valientes… ¿Quién se atreve?
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