lunes, 17 de agosto de 2020

VOLVER A NOSOTROS MISMOS




Creo que una parte de la historia de nuestras vidas es un viaje hacia nosotros mismos, hacia el conocimiento de lo que somos, hacia el desarrollo de nuestra autenticidad, hacia el desvelamiento de lo más profundo que no sostiene. Quizás ese es el camino más importante que podemos recorrer mientras estamos vivos. Pero, es importante tener en cuenta que, este viaje, no es una línea recta unidireccional, en la que se atraviesan una serie de etapas, sin retorno posible a los pasos anteriores, como si fuéramos aprobando asignaturas que ya no volverán a tener que estudiarse. 

El proceso de ir hacia uno mismo es más bien como un baile, con pasos adelante y atrás. A veces se dan varios adelante, a veces de dan varios atrás. Así que, unas veces avanzamos y otras veces retrocedemos. Es el balance del movimiento general el que nos muestra el avance o el retroceso final, en cada momento.

Muchos seres humanos hemos vivido momentos de conexión más profunda con lo que somos, nos hemos acercado a nuestro centro, avanzando en el baile hacia un lugar de ser en el que estar bien ubicados. También todos hemos vivido momentos de desconexión, dispersión y descentramiento. de lo que nos parece lo más esencial y central. En ocasiones, ese ir hacia atrás puede llevarnos a desconectarnos de nosotros mismos. Lo peor es que algunos llegan a perderse, por esa desconexión, y sufren y hacen sufrir.

En otros casos, la desconexión o el descentramiento, puede amplificar nuestra visión de la realidad, pues nos sacan de nuestras seguridades y certezas y pueden ayudar a que nos demos cuenta de aspectos de nosotros que aún quedan por trabajar y que, por eso, nos llaman desde las profundidades de nuestra psique. 

En ocasiones, esos aspectos, aparecen como niños caprichosos que demandan nuestra atención. Otras veces surgen como niños heridos que piden una respuesta rápida a un malestar pasado, que no ha terminado de resolverse. Esos “niños” llegan a ser como duendes traviesos que de repente nos hacen una carambola llevándonos a otro lugar ni planificado ni previsto. Pensemos en decisiones irracionales que en ocasiones se pueden tomar, en extrañas inquietudes inesperadas, en obsesiones y preocupaciones por temas nimios o en anhelos desproporcionados de tener una vida feliz y armónica, gracias a supuestas soluciones mágicas de gurús iluminados, o a través las de diversas fantasías románticas de hallar a ese príncipe o princesa “azules” que, por fin, aporten la deseada felicidad a la propia vida. Estas y otras modalidades de reacción pueden descentrarnos, al menos momentáneamente. Si sabemos mirar con profundidad, pueden ser la oportunidad de conocernos con mayor amplitud, al llevarnos a adentrarnos en terrenos más desconocidos de nuestro ser. Lo que emerge como novedad, aunque llegue a ser descentrante, puede ser la oportunidad de un avance en nuestras vidas, que nos proporcione, a través de un proceso de discernimiento, el adquirir más sabiduría y humildad. Así podremos aprovechar la ocasión para volver a nosotros mismos, con otra perspectiva más amplia y realista de lo que somos. La forma de volver implica aceptar y acoger a esos “duendes”, que son como entrenadores que ponen a prueba nuestro compromiso con la Verdad. También podemos llegar a verlos como “amigos” que nos provocan desde dentro, y los que podemos acoger como cómplices en una senda misteriosa. Si no nos peleamos con ellos, si los aceptamos, si escuchamos sus inquietudes, a la vez que delimitamos su área de influencia, llegamos incluso a aprender y a fortalecernos internamente y nuestro “volver a nosotros mismos” se va tornando más profundo y real, después de atravesar las diversas pruebas.

Los descentramientos, las dificultades, el sufrimiento y las inquietudes forman parte de lo que nos toca vivir. Entender que esa es la realidad de la vida y acogerlo nos humaniza, al desmontar ese ego vanidoso que quisiera tenerlo todo bajo su control. Mirar más allá y a través de ello, sin absolutizarlo, sin dejar que nos defina ni nos identifique, nos fortalece.

Así que, poniendo atención, consciencia e intención de estar alineados con la Verdad, así como con apertura a la gracia de lo que sucede, es como podemos ir volviendo, una y otra vez, a nosotros mismos. En un volver que también nos remite a vínculos reales, no a expectativas ilusorias de que nadie nos rescate de nuestros vacíos, ni a expectativas de qué es lo correcto, lo normal o lo mejor. Es también la apertura al dejar que la vida nos sorprenda y provoque. Solo desde ese ir volviendo al ser, al sentido, es como podemos ir desvelando lo que somos, el valor de lo que sucede y encontrando un equilibrio adecuado entre lo que somos y nuestra relación con los otros y con la realidad. 

Al final, quizás el proceso descrito se resuma en que lo importante puede ser tener en el horizonte el deseo de estar en sintonía con el Amor y con la Verdad que también nos habitan, por mucho que la vida nos traiga despistes y retrocesos. Esta intención puede ser la brújula para tener en el horizonte, una y otra vez, el volver a nuestro hogar real, el volver nuevamente a nosotros mismos, y a lo que, en lo profundo, nos sostiene. También con apertura a la relación con la resonancia que nos pueden provocar los demás, a través del afecto, la empatía y la comprensión. Si el camino de vuelta es solo a mí, desprendida del mundo y el exterior, puede tratarse de una ficción narcisista. Si el camino de vuelta es hacia mí, con apertura hacia quien resuene conmigo en un encuentro real, es cuando seguramente esté volviendo a ese lugar real que me configura y sostiene.


* Nota: imagen de Pixabay 

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