sábado, 20 de junio de 2020

PROCESANDO LA "NUEVA ANORMALIDAD"


Nos toca ir procesando la supuesta “nueva normalidad”. Y digo supuesta, porque no sé si hay algo de normal en lo que está pasando. Y no sé por qué se llama “nueva normalidad” a la nueva fase que nos espera. En todo caso, quizás sea una “nueva anormalidad”. En esta nueva fase sobre todo espero que sea más positiva, más leve, menos dañina que la situación tan dura que hemos atravesado en los últimos meses. 

Lo importante parece que es que la situación está mejorando. Hay menos enfermos y muertos y ya, por fin, podemos irnos encontrando unos con otros. También es importante ir viendo que todos tenemos responsabilidad en que la situación progrese. Todos podemos protegernos, proteger… Todos podemos cuidarnos, especialmente teniendo en cuenta las medidas de seguridad para evitar la propagación, nuevamente del virus, que puede costar muchas vidas. Así que os animo a protegeros, a protegernos y a permitir que esta situación avance, con la solidaridad y el apoyo de todos. 

Aunque la situación está cambiando parece que no es fácil adaptarse a un nuevo cambio. En mi consulta veo que ahora hay personas que piden más ayuda, cuando esto ha empezado a descomprimirse, que antes. Quizás porque ya son muchos desconciertos acumulados. 

Nos hemos ido adaptando progresivamente a una situación muy extraña, en la que, en parte, nos hemos acomodado, dentro de lo incómoda que es, o de lo incómoda que era... Y ahora, otra vez, toca irse adaptando a una serie de cambios que, lamentablemente, no suponen volver a lo que hemos dejado atrás. Quizás en marzo, cuando nos encerrábamos, pensábamos volver, nuevamente, a una situación como la previa. Pero es un hecho que la realidad no está como la que dejamos atrás en marzo. Incluso es posible que nosotros tampoco seamos los mismos. Algunas personas han salido heridas, incluso gravemente. Otras son supervivientes de la enfermedad o están convalecientes de la misma. No ha sido una enfermedad fácil, ni para médicos, ni para enfermos. Otros están heridos por las pérdidas de seres queridos, que han fallecido, y que, en muchas ocasiones, aún no han podido elaborar adecuadamente el duelo. No han podido asimilar las muertes y necesitan tiempo para enfrentarse al dolor de la pérdida. En otros casos, el encierro de quienes viven solos, les ha supuesto una soledad hiriente y a veces desgarradora, en la que no siempre ha habido alguien dispuesto a escuchar o a acompañar desde el otro lado del teléfono o del ordenador (para quienes tenemos opción de hacer videollamadas). Los enfermos, los ancianos y los más vulnerables se han podido ver más solos que nunca, pues se han reducido los recursos habituales de ayuda, como ha ocurrido con un sistema sanitario, que ha estado colapsado por los afectados por el coronavirus. Lo que ha supuesto que otros enfermos no hayan podido tener acceso a sus médicos habituales. En todo esto, podemos ver que hemos atravesado una guerra contra un enemigo invisible, que ha dejado a muchos atrás, y ha dejado heridos a muchos supervivientes. Aún, quienes no han pasado por la enfermedad del COVID-19, han podido padecer graves heridas invisibles en sus mentes y en sus almas. Al menos el miedo y la incertidumbre han estado presentes. La situación, en muchos casos, ha sido difícil, grave y desconcertante, aunque algunos lo quieran negar y se hayan anestesiado con los aplausos y las canciones de “Resistiré”. Y todo esto es algo que es preciso poner de manifiesto para dar permiso a asimilar y expresar el dolor que se ha ido atravesando. Cuando el dolor no se vive conscientemente, cuando no se expresa, cuando no se acepta, se puede convertir en cosas peores, como ansiedad, depresión, fobias, etc. Así que, hablar del dolor, también es un mecanismo para ayudar a procesarlo, a entenderlo, a liberarlo y a desahogar lo que le haya pasado a cada uno. 

Y ahora, por fin, nos toca irnos descomprimiendo de tan duras pruebas, y necesitamos ir poco a poco, a nuestro ritmo. Nos han marcado unas fases que, de alguna manera, vamos siguiendo. Pero, quizás, también hay personas que necesitan un ritmo más lento, que necesitan ir poco a poco; necesitan escuchar sus necesidades internas, a la vez que van dando sus pasos. Pero escuchemos nuestro ritmo. Cuál es y, a la vez, animémonos a ir avanzando.



Imagen tomada en Manzanares El Real. Junio de 2020.

Es una situación, la de ahora, que va aliviando lo vivido y que aumenta la esperanza, pero que aún nos deja desconcertados. Algunos incluso no se creen del todo que esto esté superado y quieren quedarse encerrados indefinidamente en casa, padeciendo lo que algunos llaman ahora el síndrome de la cabaña. Es decir, quererse quedar en casa, metidos para siempre, por miedo. En cambio, otros se van al otro extremo y salen a la calle irresponsablemente, sin respetar las medidas de protección que necesitamos para protegernos unos a otros. Esta es otra forma, de afrontar las dificultades, que se llama negación y que consiste en actuar como si éstas no existieran o como si nunca hubieran existido. El problema es que esto aumenta el riesgo para todos. No solamente es una cuestión de uno mismo y de su malestar.

También, a lo largo de estos meses, afortunadamente, nos hemos encontrado muestras de apoyo, de solidaridad y de amor. Se han cerrado las puertas de casa, pero, de algún modo, se han abierto otras puertas y vías de comunicación, incluso hacia lugares remotos de nuestro planeta, gracias al teléfono y a la conexión a internet. Se ha cerrado una parte del mundo (nuestra casa) y otra se ha vuelto accesible de otro modo. Al menos así ha sido en mi experiencia. Se ha intensificado el contacto con amigos, de diferentes partes del mundo, y nos hemos ido apoyando unos a otros.

También ha sido el momento, para muchos, de apoyarse en su fe, de buscar el apoyo en lo más esencial de la vida, y ese ha sido consuelo para muchas personas. Incluso hay quién habla de una vivencia religiosa más auténtica, profunda y comprometida, en su soledad o en su dificultad, así como de la oportunidad de ampliar su visión de la vida y de abrir más el corazón a asimilar su propio sufrimiento, de acoger su propia vulnerabilidad y de ponerlo todo, desde la humildad, en manos de Dios. A veces, es paradójico que el sufrimiento nos lleva a algo más profundo y más comprometido.

Esperemos que lo bueno vivido, en mitad de los días más oscuros, nos haya fortalecido en algún punto, o que al menos nos haya hecho un poco más humildes, sin la imposición de tener que estar en un estado exaltado y eufórico de positividad forzada, como quieren vendernos algunos. Como quieren vendernos algunos desde visiones, por ejemplo, de la Nueva Era, en la que nos dicen que el virus es maravilloso para que todos salgamos fortalecidos.

A pesar de todo, son momentos para respirar con más alivio, para recuperarnos e ir saliendo progresivamente hacia un mundo que nos está volviendo a aportar algunas de las cosas que ya teníamos. Los días pasados era un consuelo ver en Madrid más lugares abiertos, parece todo un poco más normal y es también es un alivio pensar que muchas personas podrán irse recuperando económicamente. 

Se acerca esa “nueva normalidad” de la que nos hablan, que más bien parece una “nueva anormalidad”… Me pregunto qué idea de normalidad tienen quienes así lo expresan. Quizás sea un buen momento para reflexionar acerca de lo que es normal y de lo que no lo es, de lo que asumimos por qué sí, sin reflexionar acerca del sentido de lo que hacemos o de lo que nos dicen que hagamos. ¿Entendemos por qué hacemos lo que hacemos? ¿Captamos el sentido de lo que tiene valor en nuestras vidas? ¿Nos permitimos pensar a fondo acerca de la normalidad, acogiendo también nuestras diferencias y rarezas? Y… ¿somos todos normales? En realidad, a lo mejor nadie es normal. Y, ¿para qué ser normales? Que cada cual trate de buscar, por sí mismo, qué es normal y qué no. Os invito a ello. ¿Qué tiene sentido y que no lo tiene? Y, quizás, el permitirnos pensar, un poco más, por nosotros mismos, ¿es posible que nos lleve a una normalidad de poder acoger lo diferente, de acoger nuestra originalidad y de abrirnos a la realidad, tal y como ésta es.


Imagen del "Palacio de Cristal" del parque de "El Retiro, de Madrid,
tomada el 10 de Junio de 2020

*Nota: La primera imagen es de Pixabay. Las otras son de la autora del blog.

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