Edith Stein (1891-1942) |
Hace años escribí el capítulo de un libro con esta temática, apoyándome sobre todo en Edith Stein, a quién está dedicada la cátedra de que dirijo en la Universidad de la Mística de Ávila.
Algunas personas me han pedido que publique en algún sitio, algo sobre este tema; al menos las ideas más importantes y por eso os dejo hoy aquí algunos fragmentos del mismo.
El capítulo completo está publicado en el libro: Edith Stein: antropología y dignidad de la persona humana. Ávila: CITES. Universidad de la Mística; 2009. p. 453-461. Editado por Sancho Fermín, J.F.
EMPATÍA Y EVOLUCIÓN ESPIRITUAL
Edith Stein señaló el “carácter evolutivo del hombre”[2], siendo
dicha evolución algo que no estaría predeterminado o trazado de antemano, sino
que tendría numerosas posibilidades de realización. Y a lo largo del desarrollo
de las diferentes posibilidades, no bastaría con el propio esfuerzo personal,
ni con la propia responsabilidad, sino que según Edith, sería necesaria la
mediación de la gracia y confiar, para esperar dicha mediación[3]. Es
decir, que la evolución personal, sería en parte debida a nuestro esfuerzo y en
parte al efecto que la gracia hace en nosotros (si la dejamos actuar).
Si evolucionamos interiormente, parece ser, que
podemos ser más empáticos. Pero ¿Qué es la empatía? La empatía, tiene que ver,
desde una perspectiva psicológica con la capacidad de ponernos en el lugar de
otra persona, de comprender como nos sentiríamos y pensaríamos si viviéramos
sus mismas vicisitudes o experiencias. Aparte de comprender, la empatía también
tiene que ver con la capacidad de sentir con el otro, es decir con la
compasión. En la experiencia con los demás, en ocasiones, podemos empatizar a
un nivel más cognitivo o racional, deduciendo como se puede sentir otra
persona, reflexionando sobre su situación, y en otras ocasiones, además, se
produciría un sentimiento de unión con otro ser humano, captamos lo que está
sintiendo y así empatizamos con él, de una forma intuitiva. Una intuición que
significaría para Edith Stein captar lo esencial después de haber liberado la
mirada de prejuicios[4].
Edith Stein se interesó por este tema, de la empatía,
hasta el punto de desarrollar su tesis doctoral sobre esta cuestión. Para esta
autora, la empatía sería una aprehensión de una persona “aquí y ahora”, que
establecería una experiencia de contacto del propio yo con el yo del otro, que
permitiría descubrir las intencionalidades centradas en los valores y deseos
que darían sentido a su existencia. Así podría comprenderlo y entraría en su
mundo de valores que constituiría el fundamento más íntimo de su ser[5]. De
este modo, podríamos ver lo más profundo de un ser humano, lo que es realmente,
por encima de las apariencias.
La empatía sería un método de conocimiento de los
demás y de uno mismo, pues la experiencia humana del trato con los otros, es lo
que también nos permite adentrarnos en nuestra interioridad, pues nos ayuda a
vernos, a través de ellos, a nosotros desde fuera. Así se conocería la
interioridad de uno mismo en el otro[7], uno
se haría más consciente de aspectos de sí mismo, de los que no se da cuenta, si
no es en la interacción con los demás.
Podríamos decir, en base a los argumentos señalados
que la empatía, que podemos desarrollar es una muestra de nuestra propia
evolución interior, y además, el poseerla, también nos permitiría
desarrollarnos aún más y crecer más como seres humanos.
Pero esa capacidad empática no viene dada, como un
resorte automático, que se puede dar por supuesto. Por ejemplo, los niños,
cuando son más pequeños, tienen menos capacidad de empatizar con cualquier ser
humano. Pues por ejemplo, ¿algún bebé se preocupa, cuando tiene hambre, de si la
madre está cansada? Parece que no, pues lógicamente sus necesidades están
centradas en su supervivencia y hasta que no tiene unos cuantos años más, no es
capaz de ponerse en el lugar de los demás, siendo esta capacidad, inicialmente
limitada y pudiéndose desarrollar progresivamente, a lo largo de la vida.
Según se va dando esa capacidad de comprensión,
inicialmente resulta más fácil comprender y sintonizar con las personas más
cercanas. Algo que, en general, se da primero con la familia (en el caso de que
las relaciones sean armónicas). Posteriormente, hay más capacidad de ampliar esta
capacidad empática a los amigos, conocidos, personas con las que compartimos
ideas, creencias, aficiones, nivel cultural, etc. En la medida que la persona
crece interiormente, tiene más capacidad de entender y acercarse a más
personas, aunque sean diferentes a él. Y cuanto más difícil resulta la sintonía
con el otro, se está poniendo más a prueba nuestra capacidad de empatizar con
él. Hay que hacer un esfuerzo mayor de comprensión, si no somos capaces de
mirar a través de los ojos de Dios (que suponemos que sería la situación ideal).
La máxima expresión de esta capacidad empática, extendida a más seres, es el
ejemplo que nos da Cristo, amando a personas diferentes a él y a los suyos;
algo que llega a su máxima expresión en su planteamiento de amar a los enemigos
y en su petición de perdón a Dios para quienes están acabando con su vida.
Dentro de lo que sería la evolución espiritual, es
posible que una persona que esfuerce por mejorar y crecer, pero que en dicho
camino se olvide de los demás. Por ejemplo, alguien puede sentirse muy bien
estando a solas consigo mismo, en la oración y ejercitarse mucho en ese sentido,
pero tener un claro déficit en las relaciones interpersonales, porque no se
ocupa de cultivarlas. Estaría tan pendiente de estar con Dios y consigo mismo, para
demostrar lo santo o lo espiritual que es, haciendo una especie de competición
espiritual, que al final no estaría con nadie y seguramente, ni siquiera con
Dios. Podría ser, que incluso, se pudiera sentir muy espiritual (por todos sus
esfuerzos pseudoespirituales) y a la vez fuera poco compasivo o comprensivo con
los otros, sin ni tan siquiera darse cuenta. Esta situación, lógicamente,
frenaría su propio desarrollo espiritual, por quedarse atascado en una actitud de
soberbia y narcisismo. Así, su evolución espiritual estaría limitada, sesgada y
distorsionada y la persona no estaría realmente desarrollada. En el caso señalado,
la evolución sería parcial y la capacidad de amar y de empatizar con otros
estaría atrofiada o paralizada. Con lo cuál, el desarrollo espiritual de la
persona que funciona así, sería bastante limitado, pues estaría centrado exclusivamente
en su propia persona, olvidándose de algo esencial, como es amar a los demás.
Una situación como la referida, nos estaría mostrando
que esa persona se habría quedado en un estado infantil de su desarrollo, pues
tiene una actitud vital muy egocéntrica, en la que los demás le importan más
bien poco. Es probable que estuviera anclado en lo que se llamaría, según
Kohlberg[9]
“moral preconvencional”, que es un tipo de moral, que pertenece a las primeras
etapas de la vida. Dicho estadio de la moral, supondría que estaría centrado en
su propia satisfacción y no pensaría en las necesidades ajenas. Si se relaciona
con otras personas, el objetivo fundamental de su relación con los demás, sería
la propia gratificación, aunque les pudiera perjudicar. De lo que podemos
deducir que no tendría capacidad de empatizar con los demás o lo haría en
escasa medida. Si una persona tan inmadura respeta a los demás, sería para
evitar un castigo (humano o divino) y no porque se quiera el bien de otro ser
humano.
En una fase más avanzada de la evolución de la moral
lo que parece regir dicho comportamiento, es la necesidad de ser aceptado por
el grupo. Este sería el estadio del desarrollo moral de “moral convencional”[10], en
el que se hacen las cosas bien, porque se quiere ser “bueno” ante los demás,
también por mantener lo establecido y el orden del sistema. Una frase que puede
decir alguien que se ha quedado aquí es: “siempre se ha hecho así”, “así está
escrito”, etc. Si se pone en el lugar de otro, se hace desde la norma, desde lo
que se considera el valor establecido y “normal”. No se ve al otro, sino que se
proyecta sobre el mismo los propios esquemas mentales sobre lo que está bien o
mal, según lo que le ha dicho el grupo, para sentirse aceptado y valorado. Así
que se le aplica al otro, lo que toca, no lo que quizás necesite realmente.
Posteriormente, si seguimos evolucionando,
entraríamos en lo que Kohlberg llama “moral postconvencional”[11]. En
esta fase se aceptaría que cada ser humano tiene derecho a tener su propia opinión
o visión del mundo y se le respeta, aunque no se compartan los mismos
planteamientos. Se cumplen las normas, porque se ve que son justas,
independientemente de la opinión de los demás. Además, se trataría a las
personas como fines en sí mismas y no como medios para demostrar lo bueno que
es uno. En este estadio, todo ser humano sería igualmente digno de respeto, sea
de donde sea o piense como piense.
Más allá de estos estados citados, habría que
plantear un estado evolutivo posterior, en el que la moral sería movida por el
amor a los demás y no por ningún tipo de norma o derecho establecido. Sería una
moral más cercana a la moral de Cristo, que ve la posibilidad de saltarse las
normas, por el bien de un individuo (por ejemplo curando en sábado) y en la que
se puede actuar por amor y no por conformismo o aceptación del grupo. Es
probable, que los verdaderos místicos, las personas evolucionadas
espiritualmente, sean los que han llegado a este nivel.
Este modelo de evolución de la moral, es un ejemplo de
la evolución del ser humano en una de las dimensiones de su persona, que están
estrechamente unidas a la capacidad empática. Pues la moral más elevada, está
estrechamente unida a la capacidad de empatizar con el otro, a través de la
capacidad para poderle amar y conocerle en su ser más profundo.
Para poder empatizar, en uno u otro sentido, hace
falta tener un cierto nivel de comprensión y de sensibilidad ante la realidad
de la propia vida y ante la de los demás. Algo que tiene mucho que ver con la
propia evolución interior o madurez espiritual, como ya se ha señalado, que a
su vez estaría relacionada con la profundidad de la experiencia de Dios. Pues
el contacto vivo con Él, nos proporcionaría una mayor capacidad de amar, de
comprendernos y de conocer y de comprender a los demás, “con una mirada de amor respetuoso”, como
diría Edith Stein[12]. Así
es como sería posible derribar los muros que nos separan de los demás y captar
quienes son realmente, para llegar a poder comprender y captar su mundo
interior. Es decir, que sin una mirada de aceptación y amor por el otro y por
su vida no será posible poderle ver en su totalidad.
Por lo tanto, para esta autora la empatía sería un
acto espiritual. Pues parece que esa capacidad de ponernos en el lugar de otras
personas, va más allá de nuestra capacidad intelectual y de nuestras emociones,
dándose a un nivel superior (el espiritual) que integra y sintoniza todas las
dimensiones de un ser humano, con lo que le está sucediendo a otro ser humano.
Así, Edith Stein nos muestra un camino posible para explorar en ese misterio de
la individualidad de otro, afirmando que solamente se podría “acceder a la
singularidad de cada individuo mediante un contacto espiritual vivo”[13],
algo que lógicamente va unido a la sensibilidad espiritual y vinculación al
Creador. Los santos no han dado grandes lecciones de ello. Pues son, como
expresó Edith Stein, los que están en un “estado de reposo en Dios”.
Y sería, por
tanto, a través de Él, por el que sería posible llegar al estado de máxima
empatía. Un estado del que Cristo, ha sido la máxima expresión, como ya se ha
señalado.
Podríamos, además, imaginar que esa capacidad de
empatizar, de sintonizar con otro o de comprenderle, podría ir más allá de
captar su forma de ser o de ver el mundo, e incluso más allá de captar su
sufrimiento y de captar su actitud ante el mismo. Si fuéramos capaces de llegar
a ese estado de unión con Dios, podemos imaginar que la empatía podría llegar
al punto de empatizar con quienes consideramos poco dignos de amor, esos a los
que se llama “enemigos”, como ya nos señaló Cristo. Pues si podemos entender y
entrar en lo más profundo del corazón de los demás seres humanos, ¿no podríamos
entenderles mejor y captar lo que hay más allá de una apariencia? ¿Y no sería
posible, a través de esa empatía, mostrar un camino de amor que ayudara a la
persona a salir de sus actitudes destructivas o negativas? Parece que ese es
parte del trabajo que se hace para ayudar a otros, parte del camino que nos ha
mostrado el Evangelio, los santos y algunos psicoterapeutas, que plantean que
el camino de la ayuda a otros ha de partir de una empatía y de una aceptación
incondicional del ser esencial de otro ser humano. Algo que conllevaría la
superación del “ego-centrismo” y al ser conscientes de que somos Uno con los
demás, de que todo ser humano sería expresión de una misma realidad, en la que
estaríamos todos unidos a un nivel profundo. A ese nivel más profundo todos
estaríamos unidos a la realidad de Dios, y si nos damos cuenta seríamos capaces
de encontrar Su rostro en las personas que salen a nuestro encuentro.
Llegar a ese punto más elevado de la empatía, la
persona sería capaz de empatizar con quien es diferente a nosotros, con el que
nos da miedo, incluso con el que nos odia y nos quiere hacer la vida imposible.
Si somos capaces de tener una mirada espiritual más aguda, seremos más capaces
de adentrarnos en el alma de lo que parece incomprensible y llegar a abrazar,
incluso, a quién nos hace daño. Lo cuál no quiere decir que no se le pongan
límites, pues amar, también tiene que ver con mostrar el camino correcto.
Si empatizamos realmente, muchas veces, nos damos
cuenta, de que detrás del mal que vemos en los otros están sus limitaciones, su
ignorancia o su estrechez de miras. Incluso, en otras ocasiones, ese mal que
vemos en los otros, es algo que también padecemos y es algo que en realidad
está en nosotros mismos y que nos resulta más cómodo verlo en los demás.
Reconocerlo en nuestro interior nos puede hacer empatizar mejor con nuestros
semejantes, en esa posibilidad que nos plantea Edith Stein, de conocernos en y
a través de nuestros semejantes, creciendo así espiritualmente, y tal vez
seguir a Cristo en su recomendación, de “Amaros como yo os he amado”. ¿Seremos
los humanos realmente capaces de llegar a semejante grado de empatía amorosa?
Si no nos lo planteamos y no abrimos el corazón a esa posibilidad, de apertura
y amor, no lo sabremos nunca y por lo tanto, tampoco nuestro desarrollo
espiritual, seguramente tampoco será completo.
[1] E. Stein. La estructura de la persona humana. Madrid, Biblioteca de Autores
Cristianos, 2002, p. 18.
[2] Ibid. p.19.
[3] Ibid. p.18.
[4] Ibid. p.33
[5] F. González Vega. Decisión humana en Edith Stein y los aportes
de la fenomenología a la mística. Lección inaugural, curso 2005-2006.
CITeS-Avila. p. 13.
[6] F. Haya Segovia. “Sobre el
problema de la empatía”, en Para
comprender a Edith Stein, comp. U. Ferrer. Madrid, Ediciones Palabra, 2008.
pp. 193-195.
[7] F. González Vega
[8] F. Haya Segovia. “Sobre el
problema de la empatía”, en Para
comprender a Edith Stein, comp. U. Ferrer. Madrid, Ediciones Palabra, 2008.
pp. 193-195.
[9] Citado por K. Wilber. Una visión integral de la psicología. México,
Alamah, 2000, p.85.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] E. Stein. Op. cit. p. 17.
[13] Ibid. p. 16.
[14] Citado por A.LÓPEZ
QUINTÁS. Cuatro filósofos en busca de
Dios, Madrid, Ed. Rialp, 1999, p.164.
[15] Ibid.
3 comentarios:
Justamente hace poco vi la película de la vida de Edith Stein La séptima morada. Llegué a ella a través de otro personaje que creo puede interesarte mucho, si es que aún no la conoces: Etty Hillesum.
Un saludo Maribel.
Hola Gabriela. Gracias por tu comentario.
Sí que conozco a Etty, también es muy interesante.
Un saludo
EXCELENTE COMENTARIO: EDITH STEIN ES MI SANTA CARMELITA PREFERIDA. ESPECIALMENTE PORQUE DIJO A DIOS: -"SEÑOR, LIBÉRANOS DE NOSOTROS MISMOS"-! MI MAYOR RESPETO. UN SANTO ABRAZO. abuelita Mela Cruz-Carmelita Seglar/Argentina
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