Desde hace tiempo quiero escribir algo sobre la relación entre alimentación y salud mental. En primer lugar porque es un tema a tener en cuenta en el cuidado de una salud global de nuestro organismo (que a su vez incide en nuestra Salud mental) y, en segundo lugar, porque es un tema que se minimiza y se trivializa, por lo que se tiene poco en cuenta, incluso dentro del mundo médico.
Hay
que tener en cuenta que el cómo nos alimentamos refleja muchas cosas de cómo
somos, de cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo y con la misma naturaleza; por lo tanto refleja algo de nuestro estado
psíquico y sobre diversas actitudes vitales. Una buena valoración en Salud
mental ha de considerar nuestra alimentación. Hay que considerar también que la
forma que tenemos de alimentarnos repercute en nuestra salud mental, en como se
“nutre” nuestro cerebro y en ciertos mensajes que le transmitimos.
Por
dar un ejemplo, mostraré algo sobre lo que pasa con la glucosa (azúcar) en el
organismo.
Sabemos
que nuestra salud mental depende, al menos en parte, de nuestro cerebro y que
nuestro cerebro se alimenta de glucosa (azúcar). También sabemos que las
bajadas de glucosa hacen daño a nuestro cerebro, pues se queda sin “gasolina”.
Cuando esto sucede (más de lo que imaginamos), el primer síntoma no es siempre
el hambre. Con frecuencia sentimos primero irritabilidad (nos enfadamos con
facilidad), cansancio, algo de ansiedad (dependiendo de la vulnerabilidad de
cada cual) e incluso tristeza (lo que puede exacerbar o mantener los síntomas
de una depresión). Pasado un rato (dependiendo de las personas y del grado de
atención que prestan a las sensaciones de su cuerpo, que suele ser limitado),
podemos experimentar hambre, que es una señal para que repongamos la glucosa en
nuestro organismo y como consecuencia en nuestro cerebro, que está ya más bien
cansado y forzado, por trabajar con poca glucosa. Una vez que comemos, pasa un
tiempo hasta que la glucosa llega al cerebro (el pobre sigue sufriendo un rato
más) y entonces podemos reponer empezar a reponer nuestras fuerzas mentales.
Si
lo descrito ocurre puntualmente, podemos recuperarnos del esfuerzo, pero si
ocurre cotidianamente estamos forzando nuestra maquinaria cerebral,
sometiéndola a estrés y generando una sobrecarga en todo el sistema orgánico
(que depende del control de nuestro cerebro). Los daños del estrés a largo
plazo, son bien conocidos. Van dañando a todo el organismo poco a poco, nuestro
cerebro se va haciendo más débil y vulnerable lo que aumenta nuestra
susceptibilidad a la ansiedad, la depresión, etc.
En
general tenemos unos malos hábitos alimenticios. Por ejemplo, el comer
solamente tres veces al día, ya supone un daño para nuestro sistema nervioso.
Pasar varias horas sin alimentarnos adecuadamente, nos somete, varias veces al
día a un estrés hipoglucémico (azúcar baja en sangre). Esto se agudiza por el
consumo excesivo de azúcares de absorción rápida (azúcar blanco), que pasado un
rato, estimula la insulina, que acelera la aparición de una bajada de azúcar y
la nueva necesidad de consumir azúcar otra vez, generándose un círculo vicioso
alimenticio. Cualquier alimento o bebida con azúcar blanco agudiza esto. Lo
mismo pasa con el café, con desayunar poca cantidad de comida o desayunar con
dulces, con tomar demasiadas proteínas animales, con dormir poco, con una
actitud de angustia vital, etc. A esto se suman el resto de malos hábitos
alimenticios (que son muchos) y la poca
conciencia que tenemos de nuestras sensaciones corporales (le hacemos poco caso
a nuestro cuerpo).
Desde
mi experiencia clínica he visto como se aliviaban problemas de ansiedad,
depresión, cansancio, mal humor o irritabilidad o, incluso de insomnio con
reglas tan sencillas como estas:
-
Evitar, en la medida de lo posible el azúcar
blanco (dulces, helados, pasteles, por no hablar de bebidas azucaradas, que son
la mayoría de los refrescos industriales).
-
Reducir al mínimo el consumo de cafeína (café,
Coca Cola, bebidas estimulantes). Como muchísimo tomar un café por la mañana y
acompañado de un buen desayuno, nunca sólo café, aunque sea con leche. Peor aún
si se toma con azúcar. Un mal menor es tomarlo con miel o con stevia (un
edulcorante natural con buenas propiedades).
-
Tomar más carbohidratos de absorción lenta: todo
lo integral (no lo que tiene salvado añadido), frutos secos, legumbres.
-
Tomar 5 comidas al día. Es fácil si tomamos algo
a media mañana o a media tarde (basta con un puñado de frutos secos, un
sándwich de pan integral, etc.).
-
Esto
es al menos lo básico en lo que respecta al metabolismo del azúcar, por aportar unas reglas
generales y tomar más consciencia de lo que pasa en nuestro cuerpo y de como influye en nuestra mente. Lo mejor es consultar a un médico experto en salud mental que sepa
de nutrición (que son pocos…), para adaptar la dieta a cada caso personalizado
y a cada problema, con la consiguiente valoración de si son precisas algunas
modificaciones más. Haciendo una valoración completa de la alimentación del
paciente, que complemente la valoración general de la salud.
4 comentarios:
Ufff.... Entonces, las cuatro raciones de café/té que me tomo cada día, como que no conviene, ¿no?
Bueno, si tomas té el tema no es tan grave... Pero si es cuatro cafés, pobre cuerpo y pobre cerebro...
Lo mejor es que te plantees reducir, poco a poco, la dosis.
Yo sigo a rajatabla las recomendaciones nutricionales que escribe Maribel, y en mi caso si que me he notado mucho menos irascible, pero es que además la piel me ha mejorado muchísimo, así que aunque me encantan los dulces, me compensa el pequeño sacrifico.
Nos acabamos de embarcar en un nuevo proyecto, que trata de la felicidad, ademas de otros temas. El blog es: soloviveysefeliz.wordpress.com
Lo dejo por si le quieres/quereis echar un vistazo, para ver que te/os parece y demás, sino pues era solo por informar. Gracias de antemano. Se agradece la entrada, para contrastar opiniones y/o ideas nuevas, gracias de nuevo
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