sábado, 5 de mayo de 2018

LA FRAGILIDAD DE LOS MÉDICOS

Imagen de Mónica Lalanda @mlalanda

Los médicos somos humanos, somos seres frágiles, como los demás, y requerimos cuidados y esfuerzo si queremos mantener nuestra salud en condiciones óptimas. Algo que es absolutamente obvio y de sentido común. Pero… ¿por qué, en muchos casos, no lo hacemos? ¿Por qué muchos han asumido un modo de vida, que parece preparado para superhéroes? ¿Y por qué, muchas veces muchos médicos lo han asumido inconscientemente? ¿Por qué nadie nos dijo que la salud empezaba por nosotros mismos?

Creo que una parte viene de una carrera de Medicina planteada desde un sacrificio quizás necesario,  a veces excesivo y a la vez desde unos planteamientos obsesivos y perfeccionistas.  Quizás ya éramos buenos chicos que nos adaptábamos excesivamente a lo que la escuela nos pedía y de ahí nuestro excelente rendimiento académico…  Aunque también recuerdo mi gran inquietud por aprender con interés, muy por encima de cualquier preocupación por unas buenas calificaciones. Supongo que también les pasó a muchos otros.

Recuerdo en mi carrera de Medicina la especie de gynkana diaria con la que teníamos que vivir, innumerables horas de clase, empacho de conocimientos (muchas veces poco útiles para nuestra práctica futura), prácticas hospitalarias, trabajos individuales y en grupo, lecturas, descalificaciones frecuentes de profesores inaccesibles, etc. La competitividad era para algunos a vida o muerte, en una especie de guerra narcisista por ser los primeros a costa de cualquier sacrificio personal. Por suerte algunos teníamos vida social, leíamos, íbamos al cine, etc. Otros no, su vida era una alienante competición por demostrar algo que aún no sé muy bien lo que era. Algunos compañeros no pudieron superar la batalla, no resistieron, sus nervios se quebraron, claudicaron abrumados por un modo de vida que superaba sus fuerzas. Quizás sus sistemas nerviosos tenían más sentido común de los que salimos adelante en ese sistema “loco” de superar obstáculos y de acumular datos como computadoras.  De ahí que cuando fui becaria en Psiquiatría propusiera un proyecto sobre salud mental de los alumnos que finalmente quedó ahí para satisfacer la ambición profesional de profesores que querían engrosar su curriculum con más y más publicaciones. El “sistema” suele ser eficaz en dar la vuelta a posibles opciones innovadoras. No obstante recuerdo la resistencia en una sesión de sesudos psiquiatras que decían alarmados que no abriéramos la “caja de Pandora”. Curiosa reacción.

La verdad es que no tuve especial interés en llegar a ser la number one en aquel sistema desatinado, pero sí sentía la responsabilidad por aprender correctamente una profesión que exigía muchas responsabilidades. Me resultaba cansado, pero también estimulante, aunque creo que algún efecto secundario sedimentó en mi mente como resultado de estar instalada temporalmente en aquel ecosistema…  

Cuando superamos el MIR, e iniciamos la formación especializada en un hospital, muchos compañeros asumían irracionalmente normas absurdas, aceptaban formas de funcionamiento muchas veces excesivamente jerárquicas y sectarias, aceptaban  estoicamente la explotación laboral, jornadas maratonianas de atención precaria a los pacientes e incluso jornadas de 24 y hasta de 36 horas. Algunos protestábamos y éramos los “raros” e inadaptados, menos mal… 



Al llegar a ser especialistas la cosa tampoco cambiaba mucho. Cuando alguna persona dice que ser médico es como estar en una secta creo que no se equivocan mucho. El aguante irracional de dinámicas destructivas y la ignorancia absoluta del cuidado de sí me hacen recordar la sumisión de los adeptos de una secta o incluso ciertas situaciones de esclavitud o de asunción de mecanismos de tribu que resultan sorprendentes en personas supuestamente inteligentes.


A veces me he preguntado por qué es tan difícil acompañar a pacientes médicos que consideran poco relevante el cuidarse y que han llegado a una situación de estrés o de burn out precisamente por no hacerlo. La sumisión a un sistema enfermo parece ser una prioridad fundamental para sostener sus frágiles identidades. ¿Habrá sido el sistema como una secta que ha anulado sus identidades personales desde una etapa temprana? ¿Nos habrán inculcado una especie de narcisismo inquebrantable en el que nos sostenemos en nuestro rol profesional y de ahí el apego a soltarlo? ¿Hay un fanatismo científico que impone la soberbia de que somos nosotros los que ayudamos y que no podemos ser ayudados? ¿Nos creemos seres sobrehumanos que no estamos sometidos a las leyes de la naturaleza? ¿Nos hemos quedado atrapados en una especie de ritmo frenético hipnótico del que es difícil salir? Desde que era una joven estudiante me hacía estas preguntas y otras similares y hacía esfuerzos por no entrar en las dinámicas enfermizas que me rodeaban, pero alguna era demasiado absorbente para sustraerse a ella. El poder de los grupos.

Pero, al poco de terminar mi formación especializada como psiquiatra decidí salir del “sistema” oficial de la Medicina y emprender mi propio camino. Me daba cuenta de que trabajar así y en lugares insanos me debilitaba y enfermaba. También sentía que entre la Medicina que yo había estudiado y la que se practicaba en los hospitales había un gran abismo. Ver a 15 pacientes en una mañana, a un ritmo frenético, en 20-30 minutos y volverles a ver un mes después me parecía una mala praxis médica. Para mí esa Medicina es una Medicina que se ha vuelto enferma y que puede enfermar aún más a los pacientes, aunque sus parches alivien momentáneamente. Por eso me arriesgué por apostar por otra forma de trabajar y por una atención de calidad, pese a emprender un camino solitario (es decir, fuera del "sistema" oficial, de manera independiente). No soy la única. Otros muchos hemos buscado caminos alternativos de Medicinas más integrativas y completas como una opción coherente de vida. Otros se han quedado conscientemente por unos ideales de atención igualitaria a los pacientes (en la Sanidad Pública) o simplemente les ha llevado la corriente.  

El problema es que, en muchos casos, veo a médicos enfermos, estresados, desorientados entre los restos del naufragio de unas ilusiones rotas, sin las herramientas suficientes para saber pedir la ayuda necesaria y aplicándose a sí mismos una Medicina de parches como la que a veces no les queda más remedio que aplicar a sus pacientes: ansiolíticos, analgésicos, antidepresivos, hipnóticos, antiácidos, etc. No tienen el tiempo ni la energía de pararse a pensar que pueden tener otras opciones más saludables, e incluso, a veces atacan opciones de Medicina más integradora que podría reparar su salud. Esa secta subliminal acaba teniendo demasiado poder para abrir la consciencia a otras posibilidades menos conocidas en el sistema formativo oficial.

En este ámbito de cuidadores a todos nos queda mucho por aprender. Si queremos cuidarnos adecuadamente nos tenemos que recordar que somos vulnerables. La salud ha de empezar por nosotros mismos, desde un enfoque integral u holístico que nos lleve a cuidar lo físico, mental, social y espiritual. Al menos lo físico y lo mental. Algunos lo intentamos por coherencia y responsabilidad personal y profesional (poco podemos hacer por otros desde la debilidad y desde la enfermedad). Pero el chip de cuidadores nos puede llevar a olvidarnos de nosotros mismos, y la sugestión de ser superhéroes repara-personas puede ser muy poderosa. Todos caemos en ello muchas veces y, una y otra vez, hemos de retomar el camino del sentido común, observar las partes de nosotros que requieren cuidados extras, a veces reconectar con tradiciones de sabiduría en las que ya se buscaba un equilibrio integral del ser humano y abrir los ojos para poner límites ante lo que daña nuestras vidas. ¿Será posible hacerlo hacia una Medicina más humana que empiece por nosotros mismos? 


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