miércoles, 25 de julio de 2018

¿SER NORMALES? ¿SER DIFERENTES?




A veces tengo la sensación de que estamos perdiendo ciertos parámetros que nos permiten orientarnos mínimamente en la realidad. 

Las identidades se diluyen, se incrementan las inseguridades y parece que nuestro ser es una especie de disco duro en el que es posible incorporar cualquier software o app al servicio de nuestros deseos. Incluso hay quien dice que podemos ser quienes queramos y como queramos, que basta con proponérselo, ser positivos, etc. Si así fuera estaríamos dominando uno de los lugares más complejos del universo, nuestro infinito espacio interior y se supone que podríamos ser absolutamente felices, todopoderosos, infalibles, etc. Pero los hechos nos muestran que esto no es así y que lo más irracional es creer que la realidad exterior y la interior puede responder a las capas más superficiales de nosotros. 

Con todo el mercado de coach, pseudoterapeutas e iluminados que tenemos disponible cualquier día nos venden un tuneado del ser a módicos precios, para vivir sugestionados incrustados en personajes imaginarios. Serían nuevos caminos para fabricar máscaras más verosímiles y aparentemente satisfactorias. Pretender esto de crear el personaje que queramos ser es jugar a los cuentos de hadas, y, lo que es peor, generar autoengaños muy nocivos que finalmente sear el mayor impedimento para la felicidad, ya que esta pasa por ser nosotros mismos.

En todo este batiburrillo de ilusiones diversas y construcciones extrañas de yoes imaginarios, muchos andan en la pretensión de que lo mejor es ser diferentes. Pero no diferentes siendo quienes son, sino ser diferentes forzadamente, obligatoriamente. Está de moda ser diferentes. Pero... si está de moda ser diferentes parece que el ser normal va a ser la manera de ser diferente. Tampoco me parece que debamos ser normales a la fuerza. Lo más normal será ser lo que somos, más o menos raros, más o menos normales. Ser lo que somos es liberador y, en general, ese paso de progresión hacia nuestro ser real suele ayudarnos a dejar ser como son a los demás. No es real la liberación que solo pasa por uno mismo, sin dejar libertad a los otros. 

Si alguien alardea de ser libre y de ser diferente y no soporta la normalidad o la diferencia del de al lado, simplemente me está mostrando que ni es libre ni es diferente. Simplemente está adaptado a otra forma de normalidad, la de la supuesta diferencia que otorga la identidad de ser especial. Como cuando los niños juegan a ser personajes ficticios. Aunque los niños suelen saber que están jugando... El problema es que el juego de la ficción narcisista se apodere de uno y uno viva a través del personaje imaginario, a costa de los demás (pues si no le siguen el juego le resulta insoportable) y obligando a otros a pensar como él, porque así son tan diferentes como el mismo. Pues no señor, así son iguales a lo que tú quieres que sean, no realmente diferentes. Sería otra forma de normalidad impuesta.

La normalidad impuesta no ayuda a conectarse con la realidad y se puede caer en lo que Erich Fromm llamó “patología de la normalidad” y otros, como Guinsberg “normopatía”, una especie de enfermedad de ser normales. Guinsberg define al normópata como el que acepta pasivamente y por principio todo lo que en su cultura se señala como bueno, justo y correcto y sin cuestionar nada, aunque sí cuestione y ataque a quienes cuestionan su visión de la normalidad.

Es curioso que si se impone la diferencia como forma de normalidad podemos caer, paradójicamente, en una forma de “normopatía” encubierta no por ello menos alienante y peligrosa.

Ojalá fuéramos libres para ser normales o diferentes, según le surja realmente… dejando a los demás ser quienes sean realmente, sin imposiciones.




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