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Si yo estuviera pasando un mal momento en mi vida y considerara necesario recurrir a una ayuda psicoterapéutica me pensaría muy bien a quién acudir. Buscaría a una persona con la formación adecuada para aportarme herramientas que me ayudasen a reparar mis tornillos flojos y por supuesto honesta, con experiencia de la vida y con unos mínimos de equilibrio psicológico.
Al igual que, si quisiera arreglar mi coche, buscaría unas garantías mínimas acerca del mecánico en el que delego la reparación del vehículo.
Creo que, cuando buscamos arreglar un problema personal o una avería del coche todos queremos unas mínimas garantías de que el problema se diagnosticará y se resolverá adecuadamente .
El problema es, que en relación con la cuestión de las psicoterapias, la mayoría de las personas están muy desinformadas y, desde ese desconocimiento, pueden ponerse en las manos de falsos psicoterapeutas. Es decir, en manos de personas que no tienen la suficiente formación, experiencia y herramientas para tratar los problemas psicológicos que uno quiera solucionar. No basta con que los supuestos terapeutas nos caigan simpáticos, resulten inteligentes, se vendan como grandes expertos o nos seduzcan con habilidad. Seamos cuidadosos con nosotros mismos y verifiquemos las promesas de esos “terapeutas light”.
Son muchos los que ofrecen hoy en día “terapias”, obteniendo diversa clientela gracias al desconocimiento des sus “víctimas”. Las “terapias” que se ofertan hoy en día para todo tipo de cosas están sufriendo un aumento vertiginoso.
Algunos de estos supuestos terapeutas incluso tienen el atrevimiento de afirmar que saben más de la vida que los que llevan años de formación y de estudio, además de experiencia personal, etc. Ellos mismos son el aval de su rigurosidad y eficacia porque “sienten”, “perciben” o “creen” que están suficientemente capacitados. Según estas personas no es necesario aprender tanto, ni practicar tanto, o incluso, consideran a los que hemos pasado años en una formación universitaria, como personas demasiado “mentales”, “cuadriculadas” o incluso “ignorantes” de las cosas de la vida.
Volvamos a la metáfora del coche. ¿Os fiaríais igual del mecánico que ha estado un par de meses un taller y ha hecho un cursito a distancia de quien lleva años de experiencia y ha estudiado a fondo la mecánica de los coches? Yo no lo haría.
Pero en el caso de las “terapias” muchas personas caen en lo que me atrevo a denominar “terapias light”. Terapias sin suficiente base científica o bien terapias eficaces aplicadas por aficionados que se consideran “suficientemente preparados” sin pasar por los “controles de calidad” que otros hemos de pasar.
Considero que, en toda esta confusión son varios los factores para establecer la diferencia entre psicoterapias serias y las “terapias light”. Me centraré en los que me parecen más importantes:
1) Las personas con una formación universitaria u oficial en psicoterapia pasamos “controles de calidad” (exámenes, trabajos, pruebas, psicoterapia personal, etc), que, aunque puedan no ser suficientes, sí establecen unos mínimos que han de cumplirse para trabajar. Además, en estos casos, uno no decide por si solo que sí es capaz de hacer algo, sino que ha de demostrarlo ante personas expertas en como se hace ese algo.
2) Quienes adquirimos esa formación oficial, aparte de aplicar tratamientos, tenemos herramientas de diagnóstico que los terapeutas que llamo “light” no tienen. Lo que supone que sea más probable, que una vez detectados bien los problemas tengan menos capacidad para encontrar una solución o una orientación adecuadas. Llegar a un diagnóstico o comprender los síntomas de un paciente puede llevar varias horas y tiene un método que es muchas veces complejo y delicado. No se trata de “corazonadas”, “intuiciones” o “impresiones” y, si se dan, se verifican y comprueban.
3) Los que nos hemos formado “oficialmente” hemos establecido un compromiso ético y un “juramento hipocrático” (en el caso de los médicos) que no nos debemos saltar, pues si nos lo saltamos pagamos con unas consecuencias legales que pueden llevar a la inhabilitación e incluso a la cárcel. Esto no sucede, con la misma contundencia con quienes no tienen título oficial, pues no adquieren el mismo grado de compromiso y si son inhabilitados adquieren otros títulos de camuflaje, para ejercer desde otra “terapia”. Obviamente también han de ir a la cárcel si cometen delitos graves, pero hay vacíos legales que hacen que su responsabilidad previa sea más difícil de determinar y pagan menos las consecuencias de sus errores. Algo injusto para quienes nos hemos molestado en cultivar cuidadosamente nuestras habilidades terapéuticas.
En mi quehacer diario es doloroso ver a personas perjudicadas por pseudoterapeutas o terapeutas light por las siguientes vías:
1) Falta de conocimientos suficientes para tratar el problema del paciente, por lo que se pierde tiempo con tratamientos que no funcionan, o que incluso perjudican al paciente (pues no se trata con lo que le conviene o bien se dan indicaciones que directamente son perjudiciales para su salud).
2) Falta de conocimientos suficientes para diagnosticar el problema del paciente, por lo que se puede indicar no acudir a un profesional de la salud mental cuando sea necesario hacerlo, con el consiguiente sufrimiento del paciente. Que, en ese caso, tampoco recibe el tratamiento adecuado y simplemente se “marea la perdiz”, pues ni se entiende ni se sabe lo que le pasa. Algunas veces he escuchado a pacientes decir que uno de estos “terapeutas” les ha dicho que no necesitaban psicólogo o psiquiatra con el retraso de un tratamiento adecuado de hasta años. Algo que, lógicamente, ha aumentado el sufrimiento del paciente durante más tiempo, o agravado su sintomatología o situación sin tratar, por no ser orientados desde el campo adecuado.
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3) Falta de compromiso ético y, como consecuencia, vulneración de los límites que supone una psicoterapia seria. Pueden darse casos menos graves de vulneración del código ético de un psicoterapeuta como hacer creer a los pacientes que son amigos y no respetar los límites relacionales que supone estar en psicoterapia con alguien. Un ejemplo es cuando no se cuida el no coincidir en ámbitos personales y laborales fuera del entorno psicoterapéutico. No hablo de encuentros no programados o casuales que pueden ser inevitables, sino de no cuidar la intimidad y espacio suficiente entre terapeuta y paciente, para que aquél pueda actuar con mayor objetividad. Se puede llegar a casos más graves de abusos económicos, sexuales, explotación laboral, etc. en nombre de una terapia que carecía de fundamento en sus orígenes. Obviamente estas conductas también son faltas de ética con psicoterapeutas con títulos oficiales, lo que señalo es que solemos ser más conscientes de la necesidad de marcar límites relacionales. Recomiendo desconfiar de terapeutas que no respetan que la vida privada suya ha de separarse de la del paciente. Es decir, no debemos fiarnos de terapeutas que pretenden compartir su vida privada con nosotros, que nos captan para sus actividades grupales (asociaciones, tareas comunes, grupos de amigos, grupos religiosos o espirituales, etc. ) y no digamos si nos ofrecen relaciones ambiguas o explícitas en el terreno afectivo y sexual. Estos casos de vulneración de lo que llamamos ética profesional los veo más frecuentemente entre terapeutas sin la formación suficiente (a veces simplemente porque nadie les ha dicho que esta confusión de roles daña a los pacientes).
Estamos en un momento en el que el aumento de diversas “terapias” aplicadas por no médicos es vertiginoso. Lo que incluso perjudica cuando estas terapias son llevadas a cabo por médicos, psiquiatras o psicólogos. Tal es el caso de la hipnosis, de las medicinas complementarias y de otras psicoterapias, que a base de aplicarse sin los suficientes conocimientos, acaban injustamente metidas en el saco de las pseudociencias, etc. Más bien la aplicación de procedimientos “terapéuticos” por pseudocientíficos es lo que ha de ser urgentemente cuestionado y criticado.
Recomiendo, en caso de acudir a un psicoterapeuta, verificar los siguientes puntos:
1) Que sea psicólogo, psiquiatra o médico.
2) Que tenga, en el caso de ser psicólogo un título de psicología clínica, si se ha de tratar un trastorno mental.
3) Que tenga, en el caso de ser psicólogo, un título oficial en psicoterapia (master o postrado universitario), cuando no se trate de un trastorno mental.
4) Que tenga, en el caso de ser psiquiatra o médico, un título oficial en psicoterapia (master o posgrado universitario).
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